Pepe
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| Ilustración de Shókar |
Si llegar a viejo tiene algo bueno, de pronto sea la posibilidad de mirar hacia atrás y examinar la propia vida sinceramente. La sabiduría, esa peinilla que nos llega cuando ya estamos calvos (porque la enviaron por 4-72). No todos estarán dispuestos a hacerlo, por supuesto, la mayoría no reconocerá sus errores, pero solo eso haría valer la pena durar tantos años vivo.
Escuchar o leer a José 'Pepe' Mujica siempre fue inspirador, pero lo fue aún más en las últimas entrevistas, cuando ya sabía de su enfermedad, cuando sentía pasos de animal grande. Vuelta la vista atrás, puesta en perspectiva su vida y su militancia, las palabras de Mujica adquieren más peso, mayor densidad, la mezcla de los ideales que fueron y las realidades que son.
«Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo», le dijo a El País de España en noviembre del año pasado. «Pero estuve entretenido», siguió. «Y he generado muchos amigos y muchos aliados en esa locura de cambiar el mundo para mejorarlo. Y le di un sentido a mi vida. Me voy a morir feliz, no por morirme sino por dejar una barra que me supera con ventaja. Nada más. No tuve una vida al pedo, porque no gasté mi vida solo consumiendo. Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar...». En otra ocasión, a la pregunta de cómo esperaba ser recordado, respondió: «Como un viejo loco».
Así uno podría seguir con tantos chistes y admoniciones y consejos dados por Pepe, que incluso se han convertido en clips de video fáciles de compartir en redes sociales, en frases célebres como de libro de autoayuda. Y hasta cierto punto eso está bien, ayuda a que más gente conozca, así sea en versión ligera, las ideas de uno de los líderes políticos más importantes de la historia de Latinoamérica.
Pero a Pepe es necesario conocerlo mejor y con mayor profundidad, porque es algo más que un viejito genial. En sus discursos ante las Naciones Unidas, por ejemplo, o en conversaciones más extensas, como las que tuvo con Nicolás Trotta, ve uno al Pepe Mujica producto de su historia, de largas reflexiones, de lecturas hondas y diversas (la historia, la filosofía y la teoría política, sí, pero también la ciencia), de las dificultades y obstáculos reales que gobernar le impone a las ideas, a los deseos de cambiar una sociedad, un país, el mundo.
Ahí uno ve al Pepe Mujica que entendió algo fundamental: si no se puede hacer la revolución, por lo menos se puede intentar la reforma; un pequeño avance es mejor que la inacción y la parálisis, y tiene un efecto palpable en la vida de las personas, sobre todo de los pobres.
Un Pepe de raíces anarquistas y socialistas, pero capaz de reconocer el valor de la democracia, mejorando incluso la famosa definición de Winston Churchill: si para el británico la democracia era el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás, para Mujica la democracia es «la mejor porquería que hemos inventado». La democracia liberal puede ser un escudo y un disfraz para la desigualdad, la explotación y el autoritarismo; aún así, ha abierto nuevos espacios de participación a quienes nunca los tuvieron en otras épocas, y ha ayudado a apuntalar valores humanos como la tolerancia y el respeto, que no pueden desaparecer. Eso sí, no tiene por qué ser el último estadio de la evolución política e institucional de la humanidad. Nos queda, entonces, la misión de seguir imaginando y pensando un futuro nuevo, luchando para lograr parirlo. Inventar otra cosa a pesar del desaliento.
Pepe también dejó clara la importancia de formar nuevos liderazgos, de no creerse el centro indispensable e insustituible de un movimiento, sino ayudar a quienes vienen detrás a ser los líderes necesarios para la lucha política del presente y del mañana. En sus palabras: «El dirigente más importante no es el que hace más, es el que deja gente que lo supera con ventaja».
Contrario a lo que podría pensarse, Pepe Mujica no nos dejó un apostolado de la pobreza, sino un llamado a la sobriedad en el vivir, a una austeridad que no es extravagancia sino exigencia en un planeta que ya no aguanta más nuestro desperdicio. Es, también, la libertad de no necesitar mucho, de soltar las exigencias del consumo permanente, que nos ahogan y nos encierran y nos convencen de que dormir poco y trabajar mucho es la forma correcta de vivir, de alcanzar el éxito, de ser humanos y justificar nuestro lugar en la sociedad. Nos dejó, sobre todo, una lección: hay que vivir como se piensa, o uno empieza a pensar como vive.
Mil errores tuvo la vida de Pepe en todas sus facetas. No hay líderes infalibles y menos en política. Sin embargo, su trayectoria deja enseñanzas, lecciones que ojalá aprendieran otros líderes de izquierda: que la voluntad sola no modifica la realidad y las palabras no cambian nada si no están seguidas de acciones concretas; la mala poesía y la cursilería no son revolución; no se puede caer en el infantilismo de proponer lo imposible para hacer a un lado las cosas realizables; lo más importante es transformar tangiblemente la vida de la gente, no la retórica ni el modelo, la utopía sobre la comida escasa, la sed apremiante, la escuela cerrada, la tierra estéril.
Mujica es una fuente de ideas, perspectivas, métodos. No se agota en la frase célebre ni en el discurso conmovedor. Ahora que la izquierda se encuentra estancada, atrapada en su nostalgia buscando las utopías en el pasado y no en el porvenir, los planteamientos políticos, sociales, económicos y culturales de Pepe Mujica, forjados no solo en la épica (tan ponderada por los filósofos y revolucionarios de salón) de su militancia y encarcelamiento, sino en la experiencia real de gobierno, son un camino digno de ser explorado.
Pepe no se nos puede convertir en una esquela motivacional.



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