Una sonrisa largamente perdida
El bufón es un hombre importante. No podría concebirse la corte sin él, ni el reino. El bufón es la conciencia burlona de la realidad: sin esa burla, nadie cuestiona a los poderosos, nadie puede reírse de sus propias desgracias. El bufón tiene licencias para ridiculizar que no tienen los demás. Con su ironía, sus bromas y gestos, baja del pedestal a los que se creen invencibles e intocables, aquellos que creen tener derecho a hacer de todo sin consencuencias.
Estos hombres con gracia y carisma, estos bufones, han sido siempre una conciencia crítica muy importante en cualquier sociedad. Por medio de la risa y la burla se llega a mucha más gente que por las charlas académicas. Así, son muchas las personas cuestionándose su realidad gracias al humor.
Y no olvidemos la más simple de las razones: la risa aliviana la existencia, hace más llevadero este "valle de lágrimas" (diez puntos por el lugar común). Esa es una función insoslayable, aún más teniendo en cuenta este país que nos cayó en suerte.
Por eso, creo profundamente en que el humor es un elemento insustituible, irreemplazable, algo fundamental para explicarnos los hechos del vivir cotidiano, así como la política, siempre tan susceptible de burla, o la economía, o la televisión, o muchas otras cosas más. Sin el humor, y los hombres expertos en hacerlo, nuestra sociedad bien puede darse por moribunda, pues sin esa chispa difícilmente se pueden cuestionar muchas de las cosas y personajes que nos rodean.
Hace diez años nos quitaron a uno de estos hombres. Este jueves trece de agosto se cumple una década desde el infame asesinato de Jaime Garzón. El asesinato sigue en la impunidad, algo nada extraño en Colombia, y todavía menos teniendo en cuenta que los responsables de ese asesinato son hombres de altos cargos, hoy seguramente disfrutando de la tranquilidad de no tener al personaje que les recordaba sus miserias y las hacía saber a los colombianos. Diez años han pasado desde la desaparición de una de las mayores conciencias críticas colombianas, uno de los hombres que con mayor precisión y gracia entendía este país.
Jaime Garzón nos acostumbró a burlarnos de nosotros mismos y de este país extraño e ilógico con sus imitaciones de políticos, sus personajes entrañables, representantes de los multitudinarios rostros que componen nuestra nación: el abogado retardatario y cavernario (Godofredo Cínico Caspa), la empleada de servicio (Dioselina Tibaná), el celador (Nestor Elí), la reportera gomela (Inti de la Hoz). En fin, esos personajes que a nadie son extraños. Garzón usaba esos rostros para mostrarnos el absurdo de las muchas cosas que pasan a diario en Colombia. Y de la mejor forma: riéndonos a carcajadas con este país orate.
Aunque yo era pequeño, recuerdo mucho Zoociedad y, sobre todo, Quac. Era costumbre familiar ver Quac los domingos. Yo no entendía todos los chistes, por supuesto, pero algunos sí, y recuerdo lo divertido que era ver ese programa. Supongo que mucho tiene que ver esto en mi interés por entender mejor este país y su política. Eso es una deuda mía con Jaime Garzón.
Tengo más presente el último personaje de Garzón: Heriberto de la Calle. Ese embolador impertinente y preguntón, que hablaba con las personalidades de tú a tú, apoyado siempre en esa sabiduría de las calles, del barrio, la que da la vida. El embolador desdentado a quien no le importaba inquirir por los temas más incómodos, haciendo a su interlocutor un ente enrojecido frente al destape de sus vergüenzas en televisión. Mirando a los ojos del entrevistado, desde abajo físicamente, pero no intelectualmente, le preguntaba eso que no se debe preguntar, la pregunta obviada por el entrevistador que no quiere controversia y sólo busca una entrevista amena e insulsa: políticamente correcta. En eso radicaba la fuerza de Heriberto de la Calle: era políticamente incorrecto, era incómodo; una ladilla para los corruptos (políticos: viene siendo lo mismo), pero también para actrices y actores, cantantes y demás. Ir viendo como el hombre o mujer en la silla se iba haciendo más pequeño frente al lustrador a sus pies era increíble. No se podía parar de reír; tampoco de pensar. Una combinación catalogable dentro de las especies en peligro de extinción.
Todo eso se está perdiendo. Los espacios de humor político cada vez son menos. Tal vez por eso la muerte de Garzón es tan dolorosa. Recuerdo muy bien el día del asesinato, por esa facultad extraña de la memoria de recordar los eventos más aciagos. Era un viernes trece, como si la superstición de mala suerte atribuida a ese día demostrara ser verdad. En ese entonces yo estaba en el colegio, y todas las mañanas me vestía mientras escuchaba radio. Entonces me enteré: el locutor de la emisora dio la noticia. Esa mañana, mientras se dirigía hacia su trabajo en Radionet, Jaime Garzón fue asesinado por sicarios. Me quedé quieto, sin creer lo que escuchaba. Mi hermano entró a la habitación y le dije: mataron a Jaime Garzón. Los dos estábamos estupefactos. No se podía pensar en decir nada más que esa frase tan propia de nuestra generación: qué paila.
Nunca antes había sentido esa tristeza por el asesinato de algún personaje famoso, y nunca la he vuelto a sentir. Ese magnicidio me marcó de una forma extraordinaria. Garzón era un personaje muy querido para mí. Seguro tenía mil defectos, esto no es hagiografía. Sin embargo, su labor como humorista y periodista me parece digna del mayor de los reconocimientos. Esa habilidad de hacer reír me parece una de las cosas más encomiables que pueda tener un ser humano, y si se usa para hacer crítica y destapar ollas podridas, pues aún mejor. Garzón es, sin duda alguna, uno de esos personajes que me hubiera gustado muchísimo conocer personalmente.
Un montón de asesinos nos quitaron a nuestro bufón. Asesinos que, sospecho, hoy día están muy cerca de las esferas del poder. Por eso veo difícil el esclarecimiento del asesinato, o se culpará, como casi siempre, a algún gatillero intrascendente, un chivo expiatorio. Los otros quedarán tranquilos en sus clubes, sus fincas y sus cabalgatas.
Hoy en día, cuando los espacios de humor críticos han ido desapareciendo, la ausencia de Garzón se hace más fuerte, se siente más. Salvo honrosas excepciones como Tola y Maruja o Larrivista, así como algunos blogs y medios independientes, la crítica humorística no existe, se le niega el aire para vivir. Muy esclarecedor es el hecho de que RCN haya sacado del aire La banda francotiradores, dejando en claro su línea editorial, la cual todos sabemos a quién favorece.
Ojalá más voces críticas se alzaran. Ojalá apareciera un Andrés López con interés en la política. Ojalá apareciera un espacio televisivo como Quac, o al menos como La banda. Un columnista ocasional, o un caricaturista, no son suficientes. En la televisión debería haber algo tan bueno como fueron los programas de Garzón. Esa sería la mejor forma de rendir homenaje a uno de los mejores comediantes que ha tenido Colombia.
Este es un muy humilde homenaje para un hombre que me marcó profundamente y me dejó una impronta difícilmente olvidable. Extraño mucho reírme de nuestros políticos, del "doctor gordito" o del niño Andrés. Pensar en las cosas que podría estar diciendo hoy Garzón con el desmadre en el que estamos, con esos personajes de vodevil que pueblan nuestra política, risibles por lo absurdos y dementes. Cómo haces de falta, Jaime Garzón.
Estos hombres con gracia y carisma, estos bufones, han sido siempre una conciencia crítica muy importante en cualquier sociedad. Por medio de la risa y la burla se llega a mucha más gente que por las charlas académicas. Así, son muchas las personas cuestionándose su realidad gracias al humor.
Y no olvidemos la más simple de las razones: la risa aliviana la existencia, hace más llevadero este "valle de lágrimas" (diez puntos por el lugar común). Esa es una función insoslayable, aún más teniendo en cuenta este país que nos cayó en suerte.
Por eso, creo profundamente en que el humor es un elemento insustituible, irreemplazable, algo fundamental para explicarnos los hechos del vivir cotidiano, así como la política, siempre tan susceptible de burla, o la economía, o la televisión, o muchas otras cosas más. Sin el humor, y los hombres expertos en hacerlo, nuestra sociedad bien puede darse por moribunda, pues sin esa chispa difícilmente se pueden cuestionar muchas de las cosas y personajes que nos rodean.
Hace diez años nos quitaron a uno de estos hombres. Este jueves trece de agosto se cumple una década desde el infame asesinato de Jaime Garzón. El asesinato sigue en la impunidad, algo nada extraño en Colombia, y todavía menos teniendo en cuenta que los responsables de ese asesinato son hombres de altos cargos, hoy seguramente disfrutando de la tranquilidad de no tener al personaje que les recordaba sus miserias y las hacía saber a los colombianos. Diez años han pasado desde la desaparición de una de las mayores conciencias críticas colombianas, uno de los hombres que con mayor precisión y gracia entendía este país.
Jaime Garzón nos acostumbró a burlarnos de nosotros mismos y de este país extraño e ilógico con sus imitaciones de políticos, sus personajes entrañables, representantes de los multitudinarios rostros que componen nuestra nación: el abogado retardatario y cavernario (Godofredo Cínico Caspa), la empleada de servicio (Dioselina Tibaná), el celador (Nestor Elí), la reportera gomela (Inti de la Hoz). En fin, esos personajes que a nadie son extraños. Garzón usaba esos rostros para mostrarnos el absurdo de las muchas cosas que pasan a diario en Colombia. Y de la mejor forma: riéndonos a carcajadas con este país orate.
Aunque yo era pequeño, recuerdo mucho Zoociedad y, sobre todo, Quac. Era costumbre familiar ver Quac los domingos. Yo no entendía todos los chistes, por supuesto, pero algunos sí, y recuerdo lo divertido que era ver ese programa. Supongo que mucho tiene que ver esto en mi interés por entender mejor este país y su política. Eso es una deuda mía con Jaime Garzón.
Tengo más presente el último personaje de Garzón: Heriberto de la Calle. Ese embolador impertinente y preguntón, que hablaba con las personalidades de tú a tú, apoyado siempre en esa sabiduría de las calles, del barrio, la que da la vida. El embolador desdentado a quien no le importaba inquirir por los temas más incómodos, haciendo a su interlocutor un ente enrojecido frente al destape de sus vergüenzas en televisión. Mirando a los ojos del entrevistado, desde abajo físicamente, pero no intelectualmente, le preguntaba eso que no se debe preguntar, la pregunta obviada por el entrevistador que no quiere controversia y sólo busca una entrevista amena e insulsa: políticamente correcta. En eso radicaba la fuerza de Heriberto de la Calle: era políticamente incorrecto, era incómodo; una ladilla para los corruptos (políticos: viene siendo lo mismo), pero también para actrices y actores, cantantes y demás. Ir viendo como el hombre o mujer en la silla se iba haciendo más pequeño frente al lustrador a sus pies era increíble. No se podía parar de reír; tampoco de pensar. Una combinación catalogable dentro de las especies en peligro de extinción.
Todo eso se está perdiendo. Los espacios de humor político cada vez son menos. Tal vez por eso la muerte de Garzón es tan dolorosa. Recuerdo muy bien el día del asesinato, por esa facultad extraña de la memoria de recordar los eventos más aciagos. Era un viernes trece, como si la superstición de mala suerte atribuida a ese día demostrara ser verdad. En ese entonces yo estaba en el colegio, y todas las mañanas me vestía mientras escuchaba radio. Entonces me enteré: el locutor de la emisora dio la noticia. Esa mañana, mientras se dirigía hacia su trabajo en Radionet, Jaime Garzón fue asesinado por sicarios. Me quedé quieto, sin creer lo que escuchaba. Mi hermano entró a la habitación y le dije: mataron a Jaime Garzón. Los dos estábamos estupefactos. No se podía pensar en decir nada más que esa frase tan propia de nuestra generación: qué paila.
Nunca antes había sentido esa tristeza por el asesinato de algún personaje famoso, y nunca la he vuelto a sentir. Ese magnicidio me marcó de una forma extraordinaria. Garzón era un personaje muy querido para mí. Seguro tenía mil defectos, esto no es hagiografía. Sin embargo, su labor como humorista y periodista me parece digna del mayor de los reconocimientos. Esa habilidad de hacer reír me parece una de las cosas más encomiables que pueda tener un ser humano, y si se usa para hacer crítica y destapar ollas podridas, pues aún mejor. Garzón es, sin duda alguna, uno de esos personajes que me hubiera gustado muchísimo conocer personalmente.
Un montón de asesinos nos quitaron a nuestro bufón. Asesinos que, sospecho, hoy día están muy cerca de las esferas del poder. Por eso veo difícil el esclarecimiento del asesinato, o se culpará, como casi siempre, a algún gatillero intrascendente, un chivo expiatorio. Los otros quedarán tranquilos en sus clubes, sus fincas y sus cabalgatas.
Hoy en día, cuando los espacios de humor críticos han ido desapareciendo, la ausencia de Garzón se hace más fuerte, se siente más. Salvo honrosas excepciones como Tola y Maruja o Larrivista, así como algunos blogs y medios independientes, la crítica humorística no existe, se le niega el aire para vivir. Muy esclarecedor es el hecho de que RCN haya sacado del aire La banda francotiradores, dejando en claro su línea editorial, la cual todos sabemos a quién favorece.
Ojalá más voces críticas se alzaran. Ojalá apareciera un Andrés López con interés en la política. Ojalá apareciera un espacio televisivo como Quac, o al menos como La banda. Un columnista ocasional, o un caricaturista, no son suficientes. En la televisión debería haber algo tan bueno como fueron los programas de Garzón. Esa sería la mejor forma de rendir homenaje a uno de los mejores comediantes que ha tenido Colombia.
Este es un muy humilde homenaje para un hombre que me marcó profundamente y me dejó una impronta difícilmente olvidable. Extraño mucho reírme de nuestros políticos, del "doctor gordito" o del niño Andrés. Pensar en las cosas que podría estar diciendo hoy Garzón con el desmadre en el que estamos, con esos personajes de vodevil que pueblan nuestra política, risibles por lo absurdos y dementes. Cómo haces de falta, Jaime Garzón.
Buenas don Ivan, de acuerdo con usted, nos quitaron algo q no se podrá reemplazar fácilmente, y si aunque no estoy muy interesado en la política y antes no entendía mucho de Quack si me gustaba mucho ese programa
ResponderBorrarHola, Ivan Andrade. Que lástima que los difuntos ya no leen estos homenajes valiosos, los nacidos desde el corazón de un niño que siguió cumpliendo años, peo añorando a su amigo admirado. Buscaré videos del Sr. Garzón. Bye.
ResponderBorrarDe acuerdo en casi todo. No creo, sin embargo, que fuera el bufón. El bufón es un simple hazmerreír irreverente, pero el humor de Garzón era agudo e inteligente. Sí creo que hay muy buenos caricaturistas, pero no es lo mismo que un genio como Jaime Garzón.
ResponderBorrarBuen ingreso.
Garzòn es sin duda, un ser irremplazable en la escena pùblica. Fue de esos pocos que siempre llamaba a las cosas "al pan pan y al vino vino" cosa que revolvìa los egos de los que sentìan sus punzantes crìticas. El problema es que en este paìs eso es un delito que se paga con sangre, quizàs por esta razòn, nadie se haya atrevido de nuevo a seguirle los pasos.
ResponderBorrarBonito homenaje. ¿increible no?como pasa el tiempo, ya una dècada y nada que se esclarece su muerte...
Saludos...
El humor es, sin lugar a dudas, el instrumento por excelencia para hacer revolución. Nuestra sociedad está obsesionada con la seriedad, con tomarse todo en serio.
ResponderBorrarUna lástima que las personas que se han atrevido tengan este final.
Saludos Iván, que buen post.
Se imaginana a garzon hablando de chavez? de correa? de santos?, de la operación jaque? no hay derecho, yo personalmente viviría cagado de risa, de casualidad han visto los videos en los que garzon habla de uribe? deberían hecharles un vistazo, les dejo el mejor ;)
ResponderBorrarhttp://www.youtube.com/watch?v=pgnpj8LlUe0
Por eso mismo el humor lo aplico a mi vida diaria. Sino diga como nos hemos divertido.
ResponderBorrarMagistral escrito señor Andrade. Realmente magistral
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