El edén está en una olleta

Ha causado sensación el video del colombo japonés que, con empalagosa melosería patriótica, alaba a Colombia y sus riquezas, en contraste con Japón, un país pobre, según este personaje. Esas tres rocas en medio del océano que llegaron a ser un imperio.

La gente se emociona al escuchar a este japonés. En mi, el video surte un efecto distinto. Por un lado, este señor no hace más que replicar el lugar común de las inmensas riquezas de Colombia. Riquezas naturales, se entiende. Por tener eso, somos más ricos que Japón. Olvida la gente que la verdadera fuerza de un país es su pueblo, cosa que le sobra al país asiático, pues como dijo Yu Takeuchi, profesor de matemáticas en la Universidad Nacional, un colombiano podrá ser más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son más inteligentes que dos colombianos. Japón se levantó de una tragedia como las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y en cincuenta años ya era una potencia mundial. Pero Colombia es un país más rico que Japón. Uno sale a la calle y se nota, ¿no?

Tantas riquezas naturales no pueden contra la pobreza más grande que tiene nuestro país: nosotros, la gente. Un pueblo donde cada individuo va para su lado y los asuntos públicos importan menos que la sección de farándula del noticiero o si Piqué y Shakira de verdad están juntos. Donde se cree que lo único necesario es tener 'actitud positiva' y no pensar en los problemas para tratar de solucionarlos. Entonces, al pensar en las palabras del japonés sobre nuestras inmensas riquezas, a mí me da rabia, porque teniendo todo eso no hacemos nada. Donde otros quieren llorar de orgullo por las adulaciones del extranjero, yo quiero llorar de cólera por nuestras incapacidades.

El japonés también hace gala del conocimiento de nuestra cultura al hacer eco de los lugares comunes del patriotismo colombiano, esos del buen café que da la tierra de aquí, la comida de la abuela y el buen corazón con que venimos los colombianos de fábrica. La cultura edénica de siempre. Si hacemos caso a eso, entonces resulta que la patria no va más allá del barrio de la infancia, el chocolate preparado por mamá en la olleta, las tajadas de platano que fritaba la abuela y las buenas personas que nos ayudan en la vida. Todo lo demás queda afuera. No son colombianos, no son compatriotas, esos que matan campesinos y juegan fútbol con sus cabezas, los que siembran minas, los que se roban la plata destinada a la construcción de un acueducto o reciben ayuda de los narcotraficantes para ascender en su carrera política. Gente así de mala no puede ser colombiana. Sin embargo, resulta que sí lo son. Y que su forma de ser y pensar está más difundida de los que nos gusta creer.

Basta de sentir orgullo por algo tan azaroso como haber nacido en una porción de tierra aleatoria llamada Colombia. Hagamos algo para construir un país del que de verdad podamos sentirnos orgullosos, porque es resultado de nuestros esfuerzos. Hagamos menos caso a las lisonjas de los extranjeros, esos mismos que luego vienen a llevarse esas riquezas que tanto nos alaban. Recuerden la fábula de El Cuervo y el zorro: no soltemos el queso por cantar de felicidad por las alabanzas interesadas de otros. "Quien oye aduladores, nunca espere otro premio".

Dejemos de emocionarnos con tan poca cosa. Menos 'actitud positiva' vacía y más actitud crítica informada y dispuesta a encontrar los problemas a solucionar. Menos Jorge Duque Linares y más Fernando Vallejo.

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