El tiempo pasa
Estas últimas semanas estuve acompañando a mi abuela a unas terapias que tenía que hacerse en la rodilla. Y mientras ella hacía los ejercicios de la fisioterapia, yo esperaba afuera con otros acompañantes y con las personas que esperaban su turno para pasar a la consulta.
Como todos sabrán, una sala de espera es siempre un lugar especial para encontrar gente de todo tipo. En este caso, la gran mayoría eran viejos. Y mientras leía una antología poética de Quevedo, me ponía a pensar en cada uno de esos señores y señoras que han vivido tantos años. La vejez es algo en lo que siempre uno piensa. ¿Llegaré a viejo? ¿Valdrá la pena vivir tanto tiempo? Si llego, ¿cómo seré de viejo? Eso pensaba a pesar de que ya soy viejo por dentro.
Pensaba también en el estatus de la vejez en este mundo contemporáneo donde el valor supremo es la juventud, la novedad, la frescura. Lo que a menudo resulta en engendros terribles, como esos señores y señoras de edad que quieren vestirse como jovencitos, estirarse la piel hasta los límites de la Física misma y comportarse como si fueran adolescentes eternos. Por alguna razón, ya muy pocos quieren ser viejos de verdad, resabiados y dignos. Pero de esos vi en la clínica: gente que lleva sus años dignamente, y a pesar de sus achaques, sus piernas débiles y sus manos temblorosas, llegaban a la terapia, con sus bastones y sus chascarrillos sobre cómo lo que quieren los médicos y funcionarios es que ellos se mueran más rápido. Señores de esos que usan corbata todos los días, así sea sólo para sentarse en la puerta de la casa a recibir el sol; señoras de saludo amable y semblante adusto. Todos con una sorprendente entereza para cargar los años que llevan encima.
Debe ser muy difícil llevar tanto tiempo de vida. Aunque la vejez tiene una ventaja, por lo menos para mí: yo sí quiero ser un viejo resabiado, de los que se quejan por la mala atención en las filas y tienen todo el derecho del mundo a criticar lo que está mal, con la autoridad que da la experiencia. No quiero intentar ser joven cuando ya no lo sea, no quiero pasar la barrera de los cuarenta y estar comportándome como Alejandro Villalobos, o pasar de los sesenta y estar gritando y revoloteando en una fiesta al son del ritmo que esté de moda. Creo en la dignidad que dan los años y que hay actitudes que ya no le cuadran a uno a cierta edad. Pero eso soy yo.
Volviendo a la dificultad de ser viejo: eso debe ser complicado, no sólo por las enfermedades y demás, sino por tener que enfrentarse a un mundo de jóvenes que muy a menudo desprecian a los viejos. Lo que es un resultado lógico de esta realidad en donde, como ya se dijo, la juventud es el valor máximo. Sin embargo, cada vez estoy más inclinado a creer lo contrario, como está dicho en esa sentencia, creo que es de Borges, que dice: la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo.
Debe ser bueno mirar el mundo de manera más sosegada, sin los afanes de los primeros años de juventud y adultez; estar curado de esperanzas vanas y tener claro en qué terminan casi todos los intentos. Debe ser bueno asumir la vida que uno llevó más que pensar en el porvenir. Recordar más que romperse la cabeza por el futuro. Tener más certezas que inquietudes.
Quién sabe si así sea. Habrá que esperar a ver si uno llega a la edad de comprobarlo.
Eso piensa uno en una sala de espera mientras lee a Quevedo y anhela que la abuela le dure muchos años más. Y cuando la lectura, como a menudo lo hace, ilumina e ilustra la realidad y el momento.
Como todos sabrán, una sala de espera es siempre un lugar especial para encontrar gente de todo tipo. En este caso, la gran mayoría eran viejos. Y mientras leía una antología poética de Quevedo, me ponía a pensar en cada uno de esos señores y señoras que han vivido tantos años. La vejez es algo en lo que siempre uno piensa. ¿Llegaré a viejo? ¿Valdrá la pena vivir tanto tiempo? Si llego, ¿cómo seré de viejo? Eso pensaba a pesar de que ya soy viejo por dentro.
Pensaba también en el estatus de la vejez en este mundo contemporáneo donde el valor supremo es la juventud, la novedad, la frescura. Lo que a menudo resulta en engendros terribles, como esos señores y señoras de edad que quieren vestirse como jovencitos, estirarse la piel hasta los límites de la Física misma y comportarse como si fueran adolescentes eternos. Por alguna razón, ya muy pocos quieren ser viejos de verdad, resabiados y dignos. Pero de esos vi en la clínica: gente que lleva sus años dignamente, y a pesar de sus achaques, sus piernas débiles y sus manos temblorosas, llegaban a la terapia, con sus bastones y sus chascarrillos sobre cómo lo que quieren los médicos y funcionarios es que ellos se mueran más rápido. Señores de esos que usan corbata todos los días, así sea sólo para sentarse en la puerta de la casa a recibir el sol; señoras de saludo amable y semblante adusto. Todos con una sorprendente entereza para cargar los años que llevan encima.
Debe ser muy difícil llevar tanto tiempo de vida. Aunque la vejez tiene una ventaja, por lo menos para mí: yo sí quiero ser un viejo resabiado, de los que se quejan por la mala atención en las filas y tienen todo el derecho del mundo a criticar lo que está mal, con la autoridad que da la experiencia. No quiero intentar ser joven cuando ya no lo sea, no quiero pasar la barrera de los cuarenta y estar comportándome como Alejandro Villalobos, o pasar de los sesenta y estar gritando y revoloteando en una fiesta al son del ritmo que esté de moda. Creo en la dignidad que dan los años y que hay actitudes que ya no le cuadran a uno a cierta edad. Pero eso soy yo.
Volviendo a la dificultad de ser viejo: eso debe ser complicado, no sólo por las enfermedades y demás, sino por tener que enfrentarse a un mundo de jóvenes que muy a menudo desprecian a los viejos. Lo que es un resultado lógico de esta realidad en donde, como ya se dijo, la juventud es el valor máximo. Sin embargo, cada vez estoy más inclinado a creer lo contrario, como está dicho en esa sentencia, creo que es de Borges, que dice: la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo.
Debe ser bueno mirar el mundo de manera más sosegada, sin los afanes de los primeros años de juventud y adultez; estar curado de esperanzas vanas y tener claro en qué terminan casi todos los intentos. Debe ser bueno asumir la vida que uno llevó más que pensar en el porvenir. Recordar más que romperse la cabeza por el futuro. Tener más certezas que inquietudes.
Quién sabe si así sea. Habrá que esperar a ver si uno llega a la edad de comprobarlo.
Eso piensa uno en una sala de espera mientras lee a Quevedo y anhela que la abuela le dure muchos años más. Y cuando la lectura, como a menudo lo hace, ilumina e ilustra la realidad y el momento.
Sólo ya el no querer es lo que quiero;
prendas de la alma son las prendas mías;
cobre el puesto la muerte, y el dinero.
A las promesas miro como a espías;
morir al paso de la edad espero:
pues me trujeron, llévenme los días
Dónde putas está el botón de "Me gusta"?? Es un texto muy bonito y sutil. Cuánta razón.
ResponderBorrarNZ
Será posible algún día conocer al autor? las palabras en la distancia tambien enamoran. Felicitaciones, escribes fenomenal
ResponderBorrarSevero lo de tener mas certezas que inquietudes, palabras grabdas en marmol, no recuerdo bien donde lei algo asi, pero la cosa es que con eso se define la sabiduria que solo da el tiempo, la vejez es muy dura y sobre todo en esta republiqueta donde uno a los 35 ya no vale un pijo
ResponderBorrarExcelente... hay quienes anhelamos el llegar o al menos pasar de los que ya tenemos...y dedicarse a recordar cada momento vivido...!!
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