Refracción

Leía en estos días -qué buenas son las vacaciones (desempleo), que uno puede leer todo el día si quiere- Historia secreta de Costaguana, la novela de Juan Gabriel Vásquez, y encontré una noción muy ilustrativa. Habla el narrador de la novela de la "Pluma Refractora" de su padre, Miguel Altamirano, un periodista que por apoyar la construcción del Canal de Panamá, veía y escribía cosas un tanto alejadas de la realidad. Así se cuenta en el libro:

Descubrí que a lo largo de dos décadas mi padre había producido, desde su escritorio de caoba (...), un modelo a escala del Istmo. No, modelo no es la palabra, o quizás es la palabra aplicable a los primeros años de su labor periodística; pero a partir de un momento impreciso (inútil, desde un punto de vista científico, intentar fecharlo), lo que se representaba en las crónicas de mi padre era más una distorsión, una versión -otra vez la condenada palabrita- de la realidad panameña. Y esa versión, me fui dando cuenta conforme leía, sólo tocaba la verdad objetiva en ciertos puntos selectos, como un barco mercante sólo se interesa por ciertos puertos. En sus escritos, mi padre no temía ni por un instante alterar lo ya sabido o lo que todo el mundo recordaba. Por una buena razón, además: en Panamá, que al fin y al cabo era un Estado colombiano, casi nadie sabía; y, sobre todo, nadie recordaba. Hoy puedo decirlo: aquél fue mi primer contacto con la noción, que tantas veces se haría presente en mi vida futura, de que la realidad es frágil enemigo para el poder de la pluma, de que cualquiera puede fundar una utopía con sólo armarse de buena retórica.

Lo que pinta la ficción no está alejado de la realidad. Todo el tiempo nos topamos con 'periodistas' cuyos escritos rezuman disonancia cognitiva. Refracción. Solo hay que leer las columnas de José Obdulio Gaviria, de Fernando Londoño o Paloma Valencia (o cualquier columnista uribista, en fin) para notarlo. ¿Recuerdan lo que escribían los primeros dos durante el gobierno de Uribe? A menudo, leyendo sus columnas, pensaba "carajo, buenísimo vivir en esa Colombia que viven estos tipos". Porque la Colombia de verdad tenía muy poco que ver con lo que escribían estos señores. Como Miguel Altamirano, eran un lente refractor de la realidad. Su pluma (o su computador, para no ser tan anacrónicos) distorsionaba lo que pasaba y pasa en Colombia. Y miles de personas les creían; les siguen creyendo. Porque con su retórica pintaron una utopía inexistente de lo que era la Colombia de Uribe, y luego pasaron a lamentarse por un supuesto paraíso perdido cuando Santos llegó a la presidencia. Unos ciertos cambios reales les dieron pie para inventar todo un nuevo país que solo estaba y está en los límites estrechos de su mente, su ideología y de las márgenes de la columna del periódico.



Bueno, por lo menos José Obdulio ya no tiene su columna en El Tiempo. Eso es para agradecer.

Nos gusta engañarnos. Por eso la gente así tiene público para sus patrañas. Nos gusta mentirnos y ver a medias la realidad para tener una buena excusa que nos permita seguir odiándonos, y ser felices haciéndolo. Al fin y al cabo, como nos enseñaron en el gobierno pasado, Colombia es pasión.