El extranjero

Hoy volví a leer El extranjero. La primera vez fue cuando estaba como en décimo o en once, no recuerdo exactamente: fue hace diez años, más o menos. Recuerdo que primero compré una de esas ediciones baratas, impresas en papel periódico y en traducciones, cuando menos, dudosas. Pero luego mi papá, que en ese entonces trabajaba en la Universidad del Rosario, me consiguió una edición original de Alianza en una librería del centro, en San Victorino, por cinco mil pesos. Punto para las librerías de viejo.

Un día eché de menos el libro pero no lo encontré. Durante años estuvo extraviado y me resigné a haber perdido esa buena edición que mi papá me había conseguido tan barata. Sin embargo, mi hermano, un día mientras organizaba unas cajas aquí en la casa, la encontró. Cuánto alivio. Supe que debía releerlo.

Casi no me acordaba de nada de la historia, pero eso no es raro, siempre olvido las tramas de los libros. A la vez que recordé la historia y reafirmé que es uno de los mejores libros que he leído, entendí una vez más que la relectura es necesaria porque un libro puede decir distintas cosas en diferentes momentos de la vida, luego de atravesar experiencias y estados de ánimo diversos; y así como no es lo mismo leer El amor en los tiempos del cólera cuando se ha estado enamorado que cuando no, o Don Quijote de la Mancha obligado en lugar de por puro gusto, El extranjero es más claro y llega más adentro cuando uno ha experimentado esa sensación de ser extranjero de sí mismo, de sentirse ajeno a todo, como ido, sin que nada importe demasiado. El libro revela su sentido más hondo cuando también uno ha pensado que el futuro se ve a través de una niebla densa e indescifrable y el presente parece carecer todo el tiempo de sentido, por lo que hacer cualquier cosa da lo mismo: subir o bajar, ir o venir, tratar o no tratar.

Cuando uno ha entendido y experimentado el desapego total; cuando, a veces, lo que para otros es fundamental y definitivo a uno le importa tres pedazos de carajo; cuando uno tiene el mismo estado de ánimo y ha visto, o ve, el mundo como Mersault, comprende mejor la novela de Camus.

A lo mejor uno también está esperando una multitud que lo acoja con gritos de odio.

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