Doce años de esclavitud
Dice el último verso de Star-Spangled Banner, el himno de los Estados Unidos: Over the land of the free and the home of the brave (sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes). Pero, como sabemos, la "tierra de los libres" no ha hecho honor a ese nombre. Sobre los Estados Unidos pesa la lacra de la esclavitud, que perduró hasta bien entrado el siglo XIX (como en otras partes del mundo) y, sobre todo, la de la segregación racial en los estados del sur, que hasta no hace mucho estaba en completo vigor, e incluso inspiró las leyes del régimen del apartheid. En la tierra de los libres y el hogar de los valientes, la libertad no era para todos.
Sobre la esclavitud en Estados Unidos se ha dicho, escrito y filmado mucho (pero falta todavía más). En 1853, Solomon Northup publicó un libro titulado Doce años de esclavitud. Northup era un negro libre que vivía en el estado de Nueva York, pero fue engañado y vendido como esclavo en el sur del país. Pasó doce años como esclavo, sometido a los vejámenes de esa condición, pero logró que lo rescataran y volvió a su hogar con su familia. Un caso en un millón. En el libro contó lo que habían sido esos doce años infames.
En ese libro se basó Steve McQueen para hacer la película con el mismo nombre. Una película melancólica y descarnada que relata los sufrimientos de Northup durante el tiempo que estuvo sometido como esclavo. McQueen logra crear imágenes sumamente elocuentes sobre la ignominia de la esclavitud en las plantaciones estadounidenses. Con largos silencios, y también largas escenas (como las que usó en Shame), el director retrata un sistema en el que el espíritu humano era destruido por completo, hasta el punto en el que el intento de rebelión quedaba sofocado, ahogado en lágrimas de impotencia, y donde la indiferencia podía ser la diferencia entre vivir o morir; donde un hombre colgado de una cuerda y a punto de morir ahorcado no recibía ayuda de nadie y a sus pies los niños jugaban como si nada estuviera pasando. Diálogos concretos y dicientes apuntalan esas escenas en las que parece que la cámara nos muestra el alma de los personajes (las interpretaciones de Chiwetel Ejtofor y Michael Fassbender son relamente admirables), sus pensamientos, sus sufrimientos, junto con una banda sonora excelente que con estridencias anuncia que algo horrible está por suceder, o con una melodía de profunda tristeza habla de la desesperación y la disminución de las fuerzas, de las ganas de vivir que poco a poco se van, en medio de esas plantaciones donde los esclavos dejaron la vida y donde apenas podían seguir adelante cantando, entonando canciones de esperanza quebrada, de anhelo por un futuro difuso e imposible donde todo podría estar mejor. Canciones que fueron la base de la música gospel y que explican la melancolía y el desgarramiento que residen en el alma del blues.
También buscaron refugio en la religión, en un Dios que parecía haberlos olvidado en la Tierra pero que les daría justicia algún día, tal vez luego de morir, y que castigaría a los desalmados esclavistas. Pero en ese mismo Dios se apoyaban los dueños de esclavos para justificar su forma de vida y el trato dado a los esclavos, los golpes, las violaciones, los azotes y las cadenas. Dios estaba en los labios de los esclavos, sí, pero también en la Biblia que el hombre blanco sostenía con una mano mientras con la otra blandía el látigo.
También buscaron refugio en la religión, en un Dios que parecía haberlos olvidado en la Tierra pero que les daría justicia algún día, tal vez luego de morir, y que castigaría a los desalmados esclavistas. Pero en ese mismo Dios se apoyaban los dueños de esclavos para justificar su forma de vida y el trato dado a los esclavos, los golpes, las violaciones, los azotes y las cadenas. Dios estaba en los labios de los esclavos, sí, pero también en la Biblia que el hombre blanco sostenía con una mano mientras con la otra blandía el látigo.
Aunque pareciera que todo desemboca en un final feliz, no se siente del todo así. De la sala de cine sale uno como si le hubiesen dado una patada en el hígado. La aberrante injusticia de la esclavitud, que sometió a millones de seres humanos a los más horribles tratos y los sumió en la abyección, es el fantasma que lo persigue a uno después de ver Doce años de esclavitud, una historia concreta y personal que habla de la historia más grande y de las iniquidades que ha presenciado. "Si la esclavitud no está mal, nada está mal", escribió Abraham Lincoln. Esta película, dolorosa y necesaria, es una visión de ello y con maestría se adentra en esa herida aún abierta de la historia estadounidense.
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