Los hombres huecos

We are the hollow men
We are the stuffed men
Leaning together
Headpiece filled with straw. Alas!
Our dried voices, when
We whisper together
Are quiet and meaningless
As wind in dry grass
Or rats’ feet over broken glass
In our dry cellar
The Hollow Men, T.S. Eliot
 
«Sabía que un día tendría que ver a hombres poderosos quemar el mundo, solo que no esperaba que fueran semejantes perdedores». Este titular de una columna de opinión de Rebecca Shaw en The Guardian resume muy bien la situación en la cual nos encontramos.
 
Es La venganza de los nerds, si los nerds hubieran sido cretinos autoritarios. O directamente nazis. Estos hombres pequeños y mezquinos, colecciones ambulantes de inseguridades, han llegado para imponernos el peso de sus deficiencias y fracasos, de sus defectos y sus complejos, del odio y la ambición que han incubado por años. Han llegado para abolir el siglo XX y refugiarse en la seguridad de un pasado de machos dictatoriales.

Donald Trump, admirador de tiranos y aspirante él mismo a ser uno de ellos, un hombre cuya única lectura era un libro de discursos de Adolf Hitler, pasó buena parte de su vida intentando sin éxito agradar a su padre y complacerlo. Igual heredó su fortuna; sobre ella construyó el imperio de fraudes y estafas que lo llevó a la fama y a la Presidencia de los Estados Unidos, cargo donde un hombre tan preocupado por el tamaño de las cosas, algo probablemente relacionado con las afirmaciones de la actriz porno Stormy Daniels sobre la forma y el tamaño de su pene, podrá aumentar la envergadura de sus crímenes y de su enriquecimiento, con la ayuda de Elon Musk.

Musk, el tipo de los saludos nazis (puedes sacar al hombre del apartheid, pero no al apartheid del hombre), el conservador de valores tradicionales con catorce hijos de tres esposas, incapaz de mantener un matrimonio pero muy capaz de odiar a su hija trans y de usar a su hijo como escudo humano o de dejarlo olvidado al bajar de una tarima, el libertario cuya fortuna se debe a los fondos públicos de sus contratos con el Estado gringo, y a la plata producto de la mina de su padre racista y homofóbico, es ahora el verdadero presidente de Estados Unidos. Y lo está desmantelando. Miles de servidores públicos desempleados para poder hacer realidad la visión megalómana y despótica de Musk, una donde la gente trabaje sin descanso para engrandecerlo a él, para sostener el ascenso del fascismo broligárquico, de la distopía con viajes a Marte y cybertrucks (más conocidos como swasticars), donde las corporaciones dominan cada aspecto de la vida humana y los CEO-dictadores construyen el culto a su personalidad con el desempeño en la bolsa de valores, el valor neto, las mentiras sobre sus rutinas diarias y capacidades intelectuales, y las 'métricas' de redes sociales.

Ese escenario, el de las redes sociales, ha sido fundamental para el lavado de cara del fascismo. Desde servir como caja de resonancia para embustes como que los nazis eran de izquierda, hasta episodios surreales como el de J.D.Vance diciéndole a Volodímir Zelenski que está al tanto de la situación en Ucrania porque ha seguido la guerra por televisión y en stories, estas redes son protagonistas en la creación de cámaras de eco para confirmar nuestros prejuicios, en la hiperdifusión de patrañas diseñadas para mostrar el autoritarismo como la única salida, para enardecer a la gente y dividirla, para enfocar su ira, no en los poderosos y los explotadores, sino en los más pobres, en las mujeres, los homosexuales, las minorías étnicas y los inmigrantes.

Aparece entonces Mark Zuckerberg, el exincel (hacerse millonario ayuda) creador de Facebook, que comenzó su carrera creando una página para 'calificar' el aspecto de mujeres de su universidad. Dueño ahora también de Instagram y de Whatsapp, incluidas en ese monstruo conocido como Meta, Zuckerberg decidió, supuestamente en nombre de la libertad de expresión, acabar con la moderación de contenido en sus plataformas. En menos palabras: dar vía libre a las barbaridades. Por supuesto, es uno más de los multimillonarios que pronto corrieron a hacer genuflexiones ante Trump. Y no ha dudado ni un segundo en plegarse ante sus exigencias fascistas disfrazadas de libertad: con una mano defienden la libertad para difundir falsedades en internet, con otra prohíben libros en las bibliotecas y en las escuelas. No demoran en comenzar a quemarlos, y ya sabemos lo dicho por Heinrich Heine al respecto.

Zuckerberg, además, ha avanzado aún más en su camino de misoginia, en una deriva machista alimentada por el estoicismo mal entendido, por el entrenamiento físico como herramienta para erradicar viejas inseguridades viriles, en su caso muy probablemente relacionadas con su cara de Yo, robot y de incel en pausa. En el podcast de Joe Rogan, ese otro hombre hueco, dijo sin el menor asomo de ironía que las compañías necesitaban más energía masculina. ¿Qué es eso? No sé. ¿Será tener menos dudas a la hora de robar o de apuñalar por la espalda a los socios? Teniendo en cuenta al interlocutor, tal vez. Pero así lo dijo con su cara de androide virgen.

Porque a pesar de todo su dinero y su poder, estos tipos son fuente inagotable de repelús. De cringeSon terriblemente peligrosos, sí, pero aún así encuentran la forma de ser risibles, de habitar las simas del ridículo. Ahí está, por ejemplo, la carrera espacial de Jeff Bezos (otro de los arrodillados a Trump) y Elonito Muskolini: con sus glandes aspiraciones, terminó por hacer realidad una escena de Austin Powers. Está también Javier Piramilei, el ponzidente de Argentina, criptofascista adepto a mostrarse como hombre fuerte y decidido por medio de los insultos y la estridencia, de los gestos agresivos y los símbolos violentos, pero sumiso, genuflexo, lambón y entelerido ante Trump y, sobre todo, ante Musk, creyéndose entre los grandes de la Tierra pero sin conciencia de su propia insignificancia, de su ridiculez, de la pena que causa. El león es más bien un perro faldero.

Muskolini es el hombre más rico del mundo; sin embargo, considera necesario pagarle a gente para suplantarlo en juegos de video en línea y hacer pensar a otros jugadores que él es el mejor en todos esos juegos. Un adolescente inseguro, un hombre roto y vacío. Hueco.

La confianza ciega y cuasirreligiosa en la idea de progreso nos dejó indefensos ante el ascenso del fascismo broligárquico. Mientras el activismo de hashtags nos convencía de que la igualdad era imparable y de que no pasarían, los Putin, Trump, Musk, Bezos, Zuckerberg, Netanyahu, Bukele, Le Pen, Meloni, Orbán, Milei y Abascal del mundo estaban al acecho, poniendo a su gente en los lugares clave, distrayendo con sus batallas culturales de la verdadera guerra contra los más vulnerables, contra los derechos duramente conquistados, convirtiendo palabras como 'libertad' y 'democracia' en cascarones vacíos, en clubes exclusivos para los millonarios, para los dueños del mundo: empresarios megalómanos, políticos mediocres, burdos estafadores, sacamicas, criminales, genocidas, conquistadores y emperadores desnudos.

Ahora vivimos en su reino crepuscular. Y la sola burla no nos va a salvar.


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