Las presidenciales
¿Son estas las elecciones presidenciales más aburridas de nuestra historia? Si no lo son, son fuertes contendientes al título. No se hace un caldo con esos candidatos. Todos parecen la misma cosa, una masa sin forma y sin propuestas claras: un presidente-candidato con el presupuesto (erario) necesario para ganar, un muñeco de ventrílocuo que es una efigie de la pusilanimidad, un urbanizador de los que cree que la comida crece en las góndolas de los supermercados, una goda habladora y desesperante a la que no apoyan ni en su propio partido y una hija de la oligarquía colombiana que decidió ser la prima rebelde. Eso es lo que hay: pequeñas variaciones de la derecha, una ultraderecha que se siente cómoda con el camuflado y los inocentes muertos, y una izquierda desorientada tras haber hecho parte de la alcaldía de Samuel Moreno, el peor alcalde de la historia de Bogotá y ladrón consumado. Una primera vuelta que llama a gritos el voto en blanco.
Unas elecciones que retratan el abismo de la política colombiana, donde la oposición de la derecha es la ultraderecha, donde Uribe habla pestes del tipo que ayudó a elegir hace cuatro años, aunque es más lo que los une que lo que los separa. El conflicto es sobre todo por el proceso de paz con las FARC: a la ultraderecha no le gusta la idea de acabar la guerra con una negociación. Sin conflicto armado, ¿cómo van a robar los militares en los contratos de compra de armas y demás? Y sin una guerrilla en el monte, ¿cómo van a seguir distrayendo los políticos a los electores, cómo van a alejarles la atención de los más grandes y profundos problemas que tiene Colombia? La guerra es necesaria para que cierta gente se siga apoderando de la tierra y los negocios, para que siga considerando el dinero público su caja menor. Gente representada por Uribe y su marioneta, Óscar Iván Zuluaga.
La izquierda no puede ser una oposición de peso porque es presa de sus errores y de la incapacidad de resarcirse de ellos, encerrada en los caprichos de sus dirigentes y en la falta de sentido del momento histórico. El Polo no ha sido capaz de pedir perdón por su participación en la alcaldía de Samuel Moreno, y su candidata a estas elecciones, Clara López, fue parte de ese gobierno. El Polo no ha hecho sino perder votos desde el 2006 y ha demostrado una y otra vez una vocación inigualable para el suicidio. Sus posibilidades son mínimas. Aunque, momento: López se alió con Aída Avella, de la Unión Patriótica. Esa unión podría atraer como DIEZ votos.
No hay mucho por decir de Martha Lucía Ramírez: exministra de Uribe y goda, no es opción para darle el voto. Y en cuanto haga el ridículo en la primera vuelta, todo el Partido Conservador se irá con Santos, porque la vocación de poder no es tan importante como la vocación de los puestos en el gobierno.
Peñalosa es un tipo que no sabe hablarle al país rural. Se ha enfocado tanto en el desarrollo urbano que sus ideas en otros aspectos son más bien famélicas. Tal vez quiera poner bolardos a lo largo del río Magdalena. Quiere revivir el entusiasmo de la Ola Verde, pero eso es imposible, porque todos aprendimos la lección. Haberse unido con Uribe para poder ganar las elecciones a la alcaldía de Bogotá le restó credibilidad, por lo que ahora existe la sospecha de que pueda ser un caballo de Troya del uribismo. Como Ramírez, pero con canas y barba. Peñalosa no entusiasma a casi nadie.
Nos queda Santos, cuyo gobierno es un desastre y para mostrar solo tiene el proceso de paz, que solo sectores mezquinos y retardatarios quieren ver fracasar. El proceso es su más importante argumento para convencer a los colombianos para que lo reelijan. Eso y las cantidades descomunales de plata repartidas entre los políticos de las regiones para asegurar sus caudales electorales. Como hacía Uribe, pero con guante de seda y sin notarías. Diferencias de estilo de dos artistas del engaño. Eso sí, en el terrible (y muy posible) escenario de una segunda vuelta entre Santos y Zuluaga, habría que votar por Santos, a ver si por lo menos comenzamos a andar el camino que nos saque de esta guerra que nos consume hace tanto tiempo. Pero luego habría que emborracharse para superar la desazón de haber tenido que votar por semejante personaje, el dizque traidor de su clase que puso a chillar a los ricos, pero de emoción. Ese que no vio el paro agrario hasta que empezó a caer en las encuestas. El eximio representante de la gente que ha exprimido a Colombia hasta casi dejarla exhausta.
Esa es la tragedia de Colombia: casi siempre tiene que votar por quienes le hacen daño.
¿Y usted por quién va a votar?
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