James

Se termina el partido y James Rodríguez se queda mirando hacia la inmensidad del Maracaná. Es el gesto de cuando se quiere recordar absolutamente todo de un momento, grabarlo en la memoria como tallado en piedra. James mira a su alrededor para recordar siempre cómo se sentía en ese momento, lo que oía, lo que olía, lo que veía. Sabe que algo importante acaba de pasar, y que él fue parte determinante de eso. No quiere olvidar jamás esa sensación. El Maracaná acaba de presenciar una de sus genialidades, una obra de arte, un saludo a la eternidad. Se ve tranquilo pero celebra, y celebra el equipo y celebra un país casi siempre atribulado, pero que ahora sonríe gracias a la fortuna de que ese genio haya nacido aquí, uno de esos prodigios que parecen venir de otro planeta, un planeta donde se juega mejor al fútbol.

James sigue estacionado en su momento de gloria mientras observa ese estadio con tanta historia. Luego irá al vestuario a celebrar con sus compañeros y con José Pékerman, el hombre que armó el equipo y le devolvió su razón de ser, que como un abuelo con sus nietos ha llevado de la mano a los jugadores para que le vean la cara a la grandeza. Se abrazarán y seguramente llorarán de emoción. Han hecho algo increíble. "Histórico" no parece un adjetivo exagerado para lo que este grupo de futbolistas colombianos ha hecho en uno de los templos máximos del fútbol.

James es el más talentoso de todos, pero no es soberbia lo que hay en su mirada. En sus ojos hay felicidad y emoción y amor y orgullo por lo que ha logrado. Viene un partido más que difícil, pero ahora no es tiempo de pensar en eso. Solo quiere fijar en su memoria todo eso que hizo y que está viviendo.

Hay instantes que duran para siempre.





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