Unas notas sobre el mundial

España, la imbatible España, queda eliminada en primera ronda. Guerreros cansados, artistas a los que el corazón y la inspiración ya no les alcanzó para nada más. Gobernaron el mundo del fútbol desde el 2008, enseñaron, una vez más, que un fútbol bonito y de ataque también sirve para ganar, que no tenemos que resignarnos a la mezquindad del catenaccio para obtener resultados. Como dijeron cientos de personas alrededor del mundo: un ciclo terminó. España tiene renovación: Koke, Morata, Isco, Thiago Alcántara. Pero difícilmente será lo mismo. Algunos pidieron la renovación antes del mundial, pero Del Bosque tuvo la grandeza de morir de pie con los suyos. Quienes ganaron todo tenían el derecho de caer en la cancha, de sucumbir frente a los rivales que alguna vez subyugaron. En unos años pocos recordarán esto; en cambio, perdurará en la memoria el fútbol de maravilla que España (y el Barcelona) nos dio, la belleza con que llenó varias canchas del planeta.

Uruguay, como en Sudáfrica 2010, nos muestra una vez más que el fútbol es también, y sobre todo, una cuestión de actitud y ganas, de corazón. Empezó perdiendo con la sorpresiva Costa Rica, pero contra Inglaterra se recuperó y volvió a vivir. Un Luis Suárez que apenas hace un mes se lesionó de la rodilla metió dos goles que revivieron a Uruguay e hirieron de muerte a Inglaterra. Álvaro Pereira fue golpeado en la cabeza por la pierna de un oponente y perdió el sentido. Salía de la cancha aún medio aturdido cuando el médico pidió el cambio. Pereira reacciona y se niega a salir, grita que no lo saquen, vuelve a entrar y termina el partido. Un jodido superhéroe. Es como si los uruguayos estuvieran hechos de otra cosa. Lo suyo es la épica, las victorias sin lucha y sufrimiento no les sirven. Y así nos entusiasman a todos. Lástima el episodio de Suárez con Chiellini y las justificaciones terribles de Tabárez, empañaron la magnificencia de ese equipo que es pura garra. Ojalá la epopeya uruguaya termine el próximo sábado frente a Colombia, en el Maracaná; que se hagan pequeños donde una vez, hace sesenta y cuatro años, se hicieron grandes.

Argentina da un poco de grima. Una de las mejores plantillas, pero no se le ve mayor cosa, ni ganas siquiera. El corazón se quedó todo del otro lado del Río de la Plata. Pero tienen a Messi, el genio que dos veces les solucionó el problema con dos golazos y los puso en octavos. Es como tener a Einstein para que lo ayude a uno con una cuenta del mercado que no termina de cuadrar. Argentina va a tener que trabajar mucho para tener cara de candidato a campeón del mundo. Si hubiera quedado en grupo más difícil, quién sabe si no estaría pidiendo auxilio para clasificar.

Hay quienes creen que lo de Chile es una sorpresa. Yo creo que no. Desde el mundial pasado mostró muy buenas cosas. Ahora es un equipo más maduro, un muy buen equipo. Sepultó a España y ahora tiene que jugar contra Brasil. Puede ganarle al anfitrión, si no interviene el factor arbitral. Brasil no es un gran equipo, pero la localía y el pito pueden ponerlo en la final.

Lo de Costa Rica sí fue inesperado. En el sorteo todos creímos que moriría rápidamente en su grupo; por lo menos los costarricenses conocerían Brasil. Las cosas se dieron de otra manera. Uruguay, Italia e Inglaterra creyeron que ya tenían tres puntos en sus enfrentamientos con Costa Rica. Craso error: el equipo de Pinto le ganó a Uruguay en la primera fecha y se metió en la conversación. Y de qué manera: luego le ganó a Italia. Tras el partido siete jugadores ticos fueron llamados al control antidoping: a los grandes no les gusta que les falten al respeto (si no fuera por la tecnología de la línea de gol, probablemente le habrían robado el gol a los costarricenses). Costa Rica ganó y ganó bien, no dejó jugar a Italia. El que parecía acabado antes de comenzar el campeonato terminó por ser el primer clasificado de su grupo. El fútbol necesita más de estas sorpresas agradables.

¡Sí, sí, Colombia! ¡Sí, sí, Caribe! ¿Cómo no emocionarse con lo que está haciendo la selección de fútbol colombiana? En un grupo parejo y difícil logró ganar los tres partidos: nueve puntos de nueve posibles. Es la mejor actuación de Colombia en los mundiales, y aún puede mejorar. Incluso si no lograran pasar de octavos, ya tenemos que agradecerle a esos jugadores lo que hicieron, ese oasis de felicidad que nos han dado en medio de la realidad, todavía más luego de la asquerosa campaña presidencial por la cual pasamos. La selección Colombia ha hecho maravillas, de la mano de esa fuerza tranquila y serena que es Pékerman y de ese crack con todas las letras que es James Rodríguez. James ha estado involucrado en todas las jugadas de gol de Colombia, excepto en la del penalti de Cuadrado, y ayer contra Japón hizo una obra de arte digna de un museo, uno de esos goles que uno puede ver y volver a ver sin cansarse, porque es difícil hastiarse de la hermosura y la genialidad. Pékerman construyó un gran equipo, no solo en lo futbolístico, sino en lo personal: se ven unidos, tirando para el mismo lado, son amigos que juegan al fútbol juntos, que es lo que siempre debería ser el fútbol. Pékerman, además, sabe mantenerles los pies sobre la tierra a sus jugadores y no se duerme en los laureles, sabe que siempre hay algo más por corregir para así poder mejorar. Uruguay será una prueba importante para Colombia. Una prueba que es posible superar.

Jackson Martínez por fin se sacó la presión de todo el tiempo sin anotar. Hizo el primero y lloró de emoción por el fin de la sequía. Hizo el segundo como demostración de lo que es: un goleador, y de los buenos. Un gol hermoso, una postal de su calidad.

No se puede terminar sin hablar de Mondragón. El único sobreviviente de la gloria que no cuajó en los noventa cumplió cuarenta y tres años y ayer, hacia el final del partido, tuvo la oportunidad de convertirse en el jugador más viejo en actuar en una copa del mundo. En el 98, cuando Colombia fue eliminada, Mondragón terminó llorando. Lágrimas de un guerrero humillado, tal vez el único consciente de lo que había sucedido, de las posibilidades que no se hicieron realidad, de la derrota y la debacle. Lloró porque sabía que habían fallado, porque una generación llamada a la victoria se quedó en promesa y se destruyó a sí misma. Lloró porque las ilusiones que se quiebran hacen daño y traen lágrimas consigo. Pero ayer sus lágrimas estaban hechas de otra cosa. Entró al campo para reemplazar al inmenso David Ospina. No solo a batir un récord: sacó una clara pelota de gol. Se terminó el partido y pudo llorar, en esta ocasión lágrimas de emoción indestructible por estar ahí, por haber sobrevivido, por entrar en la historia. Esta vez lloró el guerrero que se levantó a sí mismo y ayudó a dar forma a un nuevo equipo que promete buenas cosas, aún más de las que ya ha logrado. El veterano derramó sus lágrimas porque la victoria lo redimió de su dolor de hace dieciséis años. Lloró él y lloró Pékerman y lloró mi papá y lloré yo, porque esos tipos siempre encuentran formas de conmovernos y porque, carajo, cómo se parece el fútbol a la vida.


Comentarios

  1. Bonita entrada.Me gustaron especialmente los tres últimos párrafos. Se reflejan la sorpresa, la alegría y la emoción.

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