Cinco postales
Mario Alberto Yepes, el veterano, el capitán, canta el himno nacional de Colombia con los ojos cerrados y la cara vuelta al cielo. Canta con el alma. Ahí está de pie un hombre que llegará hasta el límite de sus capacidades físicas, y de pronto un poco más allá, para defender la portería de Colombia, para evitar un gol del equipo contrario. El líder que guía, que impulsa, que lleva a sus hombres a mejorar.
James Rodríguez hace un gol colosal y corre a celebrarlo. Se para en la esquina del campo y abre los brazos igual que su compañero que no pudo estar, el hombre que debería estar ahí celebrando pero no pudo ser. James celebra abriendo los brazos como Falcao. Aún dentro del remolino de la euforia James no olvida a su amigo.
El segundo gol de Colombia también es de James, pero esta vez es el resultado de una jugada colectiva, de una orquestación futbolística de cualidades angélicas. El último pase de esa serie magistral es de Cuadrado, que en lugar de rematar de cabeza hacia la portería se levanta en el aire y se la baja a James, para que apenas tenga que tocarla y mandarla adentro de la portería uruguaya. Un pase a la red. Se juntaron los niños genios. James corre de nuevo a celebrar y señala con el dedo índice a Cuadrado. Sabe que la gloria no es solo suya: mientras señala a Cuadrado le dice "Es tuyo, es tuyo". Nada en esa cancha es mérito de un solo hombre.
Cuando meten un gol bailan. Contra Grecia, contra Costa de Marfil, contra Japón y contra Uruguay bailaron. Armero es el maestro de esa ceremonia feliz, pero todos tratan de estar a su altura. En ese jolgorio hay amistad e intimidad, camaradería, alegría pura, felicidad sin límites. Un grupo de amigos, una familia que celebra junta.
Cuando meten un gol bailan. Contra Grecia, contra Costa de Marfil, contra Japón y contra Uruguay bailaron. Armero es el maestro de esa ceremonia feliz, pero todos tratan de estar a su altura. En ese jolgorio hay amistad e intimidad, camaradería, alegría pura, felicidad sin límites. Un grupo de amigos, una familia que celebra junta.
José Pékerman, el técnico y arquitecto de la maravilla, abraza a cada uno de sus jugadores cuando se dirigen al vestuario. No son abrazos fríos y protocolarios. Son abrazos estrechos, fraternales, amorosos. Familiares. Hay sonrisas gigantes y lágrimas. Pékerman está orgulloso de sus jugadores y de lo que han logrado. Ellos lo respetan, lo quieren y saben lo que le deben. Recogen juntos, jugadores y técnico, los frutos de su trabajo.
Detrás de las victorias de este equipo hay algo más que talento para jugar fútbol.
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