Gracias
Yo creí que iba a llorar. Pensé que lloraría si Colombia perdía y todavía más si ganaba. Pero cuando se terminó el tiempo, cuando ese arbitraje vergonzoso e infame dio por terminado el partido, no sentí ganas de llorar. Rodeado de familiares, y extrañando a mi novia, que lagrimeó conmigo cuando Colombia doblegó a Uruguay, pero esta vez no pudo estar, no tuve un nudo en la garganta ni la vista borrosa. Con el partido finalizado y una cerveza en la mano, luego de pensar, entendí por qué: el orgullo y el agradecimiento eran más grandes que la tristeza.
Porque esta selección Colombia nos hizo felices y nos devolvió la fe en nosotros mismos. Nos recordó, como Pambelé y García Márquez, como Lucho Herrera, Catherine Ibargüen, Rigoberto Urán y Nairo Quintana, que ser colombiano no es estar condenados de antemano al descrédito y la derrota. Esta selección mostró que la entrega, la disciplina y la confianza, pero sobre todo la comunión, la amistad, el amor propio y la alegría nos pueden llevar lejos. Jugaron el mejor fútbol del campeonato y nos ilusionaron más allá de lo que creíamos posible. Pasaron por primera vez en la historia a cuartos de final con unos números sobresalientes. James Rodríguez se presentó al mundo como el crack que es. Faryd Mondragón batió un récord. Yepes fue el gran capitán y demostró la injusticia que hubiera sido que un jugador de su talla no jugara nunca un mundial. Todos dieron absolutamente todo lo que tenían para hacer grande a este equipo. Y bailaron, bailaron con los goles y en el juego, le devolvieron algo de alegría a este deporte al que la obscuridad de las corbatas dirigentes cada vez le roba más cosas. Nos emocionaron hasta las lágrimas y nos hicieron sonreír grande durante casi un mes. Nos salvaron por un tiempo de nuestras tragedias cotidianas. Nos hicieron ver una realidad y un futuro distintos. Por momentos no estuvimos a la altura de lo hecho por la selección en el mundial, y en la celebración cedimos a esas actitudes tan caras a nuestro espíritu nacional: la violencia, la indisciplina, la desmesura. El equipo colombiano nos mostró otra forma de hacer las cosas, una que incluye el profesionalismo y la dedicación, la mesura y la inteligencia, el amor y el deseo de alcanzar la gloria.
No fue el mejor partido de Colombia, y aún así jugó mejor que Brasil. Pero no fue suficiente para derribar a un local que tenía todo a su favor, desde la historia hasta la tribuna y el árbitro. Sin embargo, el fútbol, la calidad de juego, estuvo de nuestro lado. La selección Colombia hizo ver muy mal a Brasil, que terminó dedicado a reventar la pelota cada vez que podía y a pegar criminalmente, a deshonrar toda una tradición que se conoció con el nombre de jogo bonito. Lo de este Brasil es el jogo poquito (hace tiempo que lo es). Es la peor selección brasileña de la historia, dependiente de un crack veleidoso y sin coraje. Un equipo sin la belleza y la emoción de otros tiempos, sin el juego vistoso que los hizo grandes. Si el mundial se jugara en otro país, no serían candidatos a nada.
Nos ganaron y nada se puede hacer, excepto agradecer una y otra vez a este grupo de hombres que nos hizo tan felices durante estos días. Salieron del mundial con la frente en alto, dignos y magníficos. Sus lágrimas hablaron de su deseo por llegar todavía más lejos, de seguir haciendo historia. No pudo ser, pero queda un equipo con la capacidad de alcanzar grandes logros. Si el proceso continúa como venía, esta selección puede darnos enormes alegrías en el futuro.
Colombia fue derrotada pero cayó peleando, sin bajar los brazos, intentando lograr la hazaña hasta el último instante. Hay formas dignas de caer: Colombia lo demostró. Creo que fue Borges quien dijo que la derrota sabe de una dignidad que la victoria no conoce. Al terminar el partido contra Brasil entendí como nunca esas palabras.
Gracias, muchachos. Gracias por las sonrisas y las lágrimas. Gracias por llegar tan lejos e ilusionarnos. Gracias por mostrarnos que sí podemos.
Fueron grandiosos. Si el mundial hubiera sido en otro país, esta Colombia iba mínimo a semifinales. Sólo nos queda darles las gracias por dejar en alto el nombre de nuestro país.
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