Habichuelas y leones
No me gustan las habichuelas. Me parecen una horrorosa equivocación de la naturaleza, un error, una desviación. Nadie debería comerlas, y aunque respeto a quienes las comen, no se les debería permitir hacerlo, ni juntarse con otras personas que las coman, ni tener hijos a los que seguramente les van a gustar las habichuelas. Eso atentaría contra la fibra misma de la sociedad.
Suena ridículo, ¿cierto?
Y, sin embargo, argumentos así son los que se esgrimen contra los homosexuales, su matrimonio y la posibilidad de que tengan hijos. El fallo de la Corte Constitucional que le permitió a Verónica Botero adoptar los hijos de su pareja, Ana Leiderman, desató nuevamente a todas esas fuerzas que tildan a la homosexualidad de aberración y/o de pecado, por lo que las personas homosexuales no estarían en capacidad de criar adecuadamente a un niño. La Iglesia se reúne y condena y trata de usar la ciencia para sus propósitos dogmáticos; el procurador Alejandro Ordóñez usa la ley y la interpreta de acuerdo a sus creencias religiosas; la senadora Viviane Morales intenta impulsar un referendo para usar la democracia como mecanismo para aplastar a una minoría; gente del común se indigna y eleva gritos de intolerancia e irrespeto, se niegan a entender que el mundo ya no cabe en el marco de un libro escrito hace muchísimo tiempo.
Porque aunque hay críticas que no se enmarcan en lo religioso, la mayoría sí vienen de allí, de iglesias y creyentes (católicos, evangélicos, pentecostales, neopentecostales, etc.) que consideran la homosexualidad como un pecado y la condenan. Hablan de inmoralidad y de relativismo moral, como si la moral religiosa, la cristiana en este caso, fuera la única existente o la única correcta (cuando ni siquiera es seguro que sea la más deseable para la sociedad). Se escudan en Dios y en la Biblia para reprobar a los homosexuales y para negarles sus derechos; disfrazan la homofobia, la esconden detrás de creencias religiosas. Creen que solo deben ser iguales ante la ley quienes comparten y obedecen los preceptos cristianos. Niegan la posibilidad de que una familia sea algo diferente a una pareja de hombre y mujer, aunque la realidad es otra y millones de niños son criados solo por la mamá o el papá, o por los abuelos, o los tíos, o tantas combinaciones más. Olvidan, cegados por el dogma y el desprecio, que una familia no se define por quiénes la componen, sino por la disposición a estar juntos, amarse y tratar de salir adelante juntos.
Toda una avalancha de homofobia y fanatismo. Y eso que la Corte Constitucional, como lo hizo en el pasado con temas como el aborto, solo dio un paso, importante, eso sí, pero no corrió toda la distancia: en el caso de la adopción, solo es posible si los niños son hijos biológicos de alguno de los miembros de la pareja. Abrió una puerta crucial, pero aún falta. Miles de niños sin familia abandonados a su suerte en orfanatos podrían encontrar padres amorosos en parejas homosexuales.
Dicen los fanáticos que a los niños hijos de padres homosexuales los van a matonear. Claro: son los mismos fanáticos quienes lo harán, y sus hijos criados por heterosexuales para odiar a los gays. También matonearon y acosaron a los primeros negros que se atrevieron a ir a la universidad y a las mujeres que aparecieron en las fábricas y las oficinas, pero hoy eso es un recuerdo de épocas más idiotas, de un pasado peor. Hoy son menos y se mira con reprobación a los bárbaros que creen que los negros o las mujeres no son iguales y tienen los mismos derechos que todos. Así será en el futuro con los homofóbicos de hoy, y habrá toda una generación de gente que será prueba de la capacidad de los homosexuales para criar hijos igual de bien o mal que los heterosexuales. Porque la única diferencia está en la mente de los discriminadores, en esa mente cerril incapaz de comprender la diferencia, la diversidad, esa mentalidad inútil para entender que la realidad de la Biblia era otra, que de ese libro no pueden salir la moral y la ley para regir a toda la sociedad actual.
No todos creemos, y no todos los que creen están dispuestos a acolitar la discriminación. No podemos aspirar a vivir bajo los mandatos de este o aquel libro sagrado. Es la igualdad ante la ley lo que debe motivarnos, el objetivo a tener en cuenta. ¿O acaso los cristianos estarían dispuestos a vivir bajo la sharia, la ley emanada del Corán?
Ciertos creyentes olvidan con facilidad las valiosas lecciones de amor y compasión de Jesucristo. Tal vez tantos siglos de colusión con el poder los hicieron olvidar sus humildes inicios, cuando eran una minoría religiosa acosada por la persecución de los romanos. La poderosa Roma, sin dudarlo, sin compasión alguna, arrojaba a los cristianos a la arena del Coliseo para ser devorados por leones. Parece que hoy muchos cristianos harían lo mismo con los homosexuales.
Inmoral no es la homosexualidad, o que los homosexuales puedan adoptar niños. Inmoral es esconderse detrás de Dios para justificar los prejuicios y los odios.
Inmoral no es la homosexualidad, o que los homosexuales puedan adoptar niños. Inmoral es esconderse detrás de Dios para justificar los prejuicios y los odios.
Timeo hominem unius libri. Cuánta razón tenía santo Tomás de Aquino cuando dijo que temía a las personas de un solo libro.
Que ideas más locas, a mi tampoco me gustan las habichuelas, son algo que sinceramente no debería existir!
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