Amor y espanto

Pronto supe que Colombia es, sobre todo, una tragedia.

Estudiar su historia es toparse con la violencia, con todas las lágrimas, con la angustia de numerosas generaciones, con todas las oportunidades perdidas, con las mentiras acumuladas de siglos, con las verdades incompletas y las esperanzas truncas. Con todos los panes que se nos han quemado en la puerta del horno.

Hace unos días leí Noticia de un secuestro y volví a sentir la tristeza que tuve al leer libros como los de Alfredo Molano o de Germán Castro Caycedo. Es difícil creer todo el dolor que ha soportado este país; todo el que sigue aguantando. Es increíble el terror que ha presenciado y los eventos a los que se ha visto abocado, todas las injusticias que ha absorbido y ha dejado pasar.

Aun así ahí sigue la ilusión de que Colombia pueda cambiar, de que su condena no sea eterna, "la esperanza de que nunca más nos suceda este libro", como escribió Gabo en su dedicatoria. A veces la realidad nos aplasta la ilusión, pero ella vuelve a levantar la cabeza de vez en cuando. Tal vez por eso podemos seguir adelante para intentar de nuevo.

Mientras tanto, en medio de la desazón que me embarga al ver los rumbos fatídicos por los que suele transitar nuestro país, recuerdo esos versos de Borges que definen tan bien mi relación con Colombia:

No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto.

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