La pluma y la espada
No es fácil enfrentar a la vesania. Vuelve una y otra vez con sus resultados funestos. Lo sucedido en París con los miembros de la redacción de Charlie Hebdo y los policías asesinados nos enfrenta una vez más a la locura homicida en nombre de lo sagrado y nos llena de interrogantes sobre lo que somos, sobre los valores en los que descansa nuestra sociedad.
Estamos frente al horror del asesinato despiadado en nombre de Dios, del fundamentalismo que desprecia la vida humana. Con un acto de salvajismo, dos enajenados incapaces de reír quisieron sembrar el miedo y callar las voces capaces de criticar, quisieron imponer su dogma sobre la libertad de expresión. Periodistas, dibujantes y policías sufrieron las consecuencias del fanatismo. La espada se impuso sobre la pluma, como suele hacerlo.
Los fanáticos castigaron a los miembros de Charlie Hebdo por atreverse a hacer caricaturas de Mahoma. Los castigaron por reírse de un fanatismo que esclaviza las mentes y cuerpos de muchas personas y amenaza con esclavizar a muchas más. El extremismo no soporta la burla, y Charlie Hebdo intentaba desnudarlo en su estupidez y su violencia, así que respondió con la brutalidad de la que es capaz.
¿Está la religión más allá de toda crítica? ¿No se puede hablar de lo sagrado? Eso es lo que los extremistas quieren hacer creer. Pero la religión y las iglesias, como cualquier idea e institución, no están, ni deben estar, más allá de la crítica y del cuestionamiento. Lo 'sagrado' no puede ser el límite para hablar de algo: cualquier cosa siempre podrá ser sagrada para alguien. Si un credo religioso afecta a mucha gente y busca inmiscuirse en la forma en que se hacen las leyes y se conduce una sociedad, debe estar sometido al escrutinio y la discusión. Todavía más si de una creencia llevada al extremo se desprenden actos violentos y peligrosos.
La amenaza a nuestras libertades y a los valores que hemos cuidado como fundamentales no es cosa para subestimar. Pero también es cierto que alrededor de esos valores hay mucha hipocresía. Si bien el ataque a Charlie Hebdo es una afrenta a las libertades de expresión y de prensa, no podemos olvidar que esas mismas libertades se ven amenazadas todos los días por otros enemigos: los mafiosos, los políticos, los políticos mafiosos, la autocensura, el retiro de la pauta, las presiones para no decir ciertas cosas. Muchos de los líderes políticos que ahora se rasgan las vestiduras con gusto silenciarían a los periodistas que los cuestionan y les destapan la mugre. Hay católicos que se indignan por los actos de los extremistas islámicos, pero no ven problema en censurar una exposición de arte que usa símbolos de la liturgia católica. Se considera que se puede hacer humor de los musulmanes pero no de, por ejemplo, los judíos. La doble moral es notoria en este asunto.
Eso sí, una cosa es señalar esa doble moral, y otra es tratar de justificar de alguna manera lo que pasó. Por un lado están quienes minimizan el hecho porque es, según ellos, un episodio donde el tercer mundo le cobra al primero sus abusos y excesos, el colonialismo y el racismo, como si matar a unos caricaturistas fuera un modo legítimo de saldar esas deudas; por el otro están quienes condenan el atentado, pero le echan la culpa a los propios periodistas por haber provocado a los extremistas, diciendo que no deberían dibujar esas cosas, que no deberían meterse de forma alguna con las creencias de los demás. Ambas son bajezas terribles. La hipocresía de Occidente, sus errores e injusticias, no se les pueden cobrar a esos periodistas, y un dibujo nunca será excusa para un asesinato: decir que se lo buscaron es algo deleznable y una muestra de cómo nosotros mismos estamos dispuestos a limitar nuestras libertades por culpa del miedo.
Charlie Hebdo se burla del poder con humor, y eso siempre será necesario. A la revista se le puede criticar, la forma en que se burla puede ser cuestionable: esa es la gracia, es precisamente en lo que se basa la libertad de expresión. Pero el debate sobre lo conveniente o inconveniente del tipo de humor de la revista, el debate sobre la libertad de prensa misma, no puede darse en los términos de los energúmenos asesinos. No pueden ser ellos, como lo menciona la editorial del New York Times, quienes definan los límites y las formas de nuestras libertades y nuestras leyes, de nuestras democracias. La corrección política no puede llevarnos a vetar ciertos temas porque alguien puede ofenderse y enloquecer. Esos vetos son el camino al totalitarismo. Y aunque tratemos de no ofenderlos, los oligofrénicos que quieren imponer su punto de vista a la fuerza siempre encontrarán una excusa para hacerlo.
La terrible salvajada que vimos en París, la ligereza habitual con que muchos declararon "Yo soy Charlie" o "Yo no soy Charlie", las reacciones sinceras y las hipócritas, son cosas que debemos considerar y sobre las que debemos reflexionar para comprender mejor y enfrentar el desafío que tienen las sociedades del siglo XXI. No podemos entregarnos a las posiciones simplistas y polarizadas, ceder al odio y la discriminación (banderas que algunos ya comenzaron a agitar, como en el caso del Frente Nacional francés, esa cueva rebosante de fascistas perfumados con Chanel). No podemos sacrificar el humor, esa herramienta crucial para desafiar a quienes quieren controlar y oprimir. "El humor salva al mundo. El humor nos libera de lo rígido de la seriedad y sus peligros", escribió Marie Darrieussecq. Necesitamos la risa para defendernos.
El punto hasta donde llegan nuestras libertades y la forma en que las usamos es una discusión que siempre debemos estar dispuestos a tener, pero no, repito, en los términos de los extremistas. Basta ya de que lo sagrado sea un pretexto para matar y para callar, para inculcar el miedo mientras se le da el nombre de respeto. Si continuamos de esa manera, siempre habrá quien se sienta justificado para matar gente porque cree que su dios es mejor que el del vecino. Las religiones, como bien lo escribió Salman Rushdie, "merecen crítica, sátira y, sí, nuestro irrespeto carente de miedo".
La crítica no es lo mismo que la censura y discutir ideas no es ofender ni discriminar gente. Aunque la línea es delgada y siempre debemos estar alerta, debemos tener eso claro. Tenemos derecho a criticar, a tratar de hacer un mundo donde la vida y la sensatez se impongan sobre la muerte y la locura. Tenemos derecho a intentar que la pluma pueda vencer a la espada.
Ilustración de Óscar Rincón (@Shokar)
P.D. 1: "Nada es sagrado. Todo el mundo tiene derecho a criticar, a burlarse, a ridiculizar todas las religiones, todas las ideologías, todos los sistemas conceptuales, todos los pensamientos. Tenemos derecho a poner a parir a todos los dioses, mesías, profetas, papas, popes, rabinos, imanes, bonzos, pastores, gurús, así como a los jefes de Estado, los reyes, los caudillos de todo tipo...". Raoul Vaneigem.
P.D. 2: Quién sabe, a lo mejor Dios tiene mejor sentido del humor que esos energúmenos que dicen seguirlo.
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