Obras maestras

"Leyendo furiosa a Proust. Es tan bueno que saca las ganas de escribir", anotó Virginia Woolf en su diario.

Eso pasa cuando leo a los grandes, cuando leo una obra maestra. Es un sentimiento ambiguo: por un lado, las ganas inmediatas de sentarse a escribir, de tratar de crear algo que valga la pena. Pero también la impresión de que jamás seré capaz de escribir algo así, una obra maestra, una joya de la literatura. Ante esos libros magníficos me debato entre la motivación y la zozobra, entre la esperanza y la desazón, entre la inspiración y la angustia. Entre intentarlo y abandonar.

Sin embargo, en el fondo uno sabe que debe intentarlo. Que no tiene otra opción.

Tal vez uno sí tenga adentro un gran libro. La única forma de saberlo es escribiendo.

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