El sinsentido de la guerra

¿A dónde nos toca ir a buscar la esperanza? La legendaria imbecilidad de las FARC, su desconexión de la realidad, otra vez nos ha dejado a punto de escalar la espiral de la barbarie. Un proceso que parecía bien encaminado para sacarnos del conflicto, ahora está en dificultades por un ataque salvaje de esos tipos que se quedaron en el viaje de la historia.

Ahora se escuchan con más fuerza las voces clamando venganza y los buitres de siempre revolotean sobre la oportunidad, pues saben que la posibilidad de la guerra es la llave que les abre la puerta del poder. La gente pide la guerra como solución sin pensar siquiera lo que eso significa. Sin pensar si estarían dispuestos ellos mismos a pelearla, o a enviar a sus hijos a hacerlo, sin imaginar lo que sentirían si les devolvieran a los suyos en un féretro. Es fácil abogar por lo balazos cuando no se está ni cerca de ellos, cuando el estruendo de las bombas es algo lejano, cuando la cuota de dolor la pagan otros.

A pesar de este revés el proceso tiene que continuar. Tenemos que encontrar la salida. No se evita la muerte de soldados enviando soldados a morir. Hasta Álvaro Uribe, ese líder vesánico que personifica algunas de las peores pulsiones de nosotros los colombianos, sabe que el proceso debe continuar. Lo sabe, pero eso no le impide aprovechar el envión de popularidad que le dan las acciones de las FARC. Tiene claro que el motor de su movimiento político funciona con la combustión de la sangre colombiana. Por eso habla de continuar las negociaciones con condiciones que nunca les exigió a los paramilitares, y a la vez azuza la indignación del país con su demagogia y sus mentiras.

Librémonos de ser los idiotas útiles de aquellos a quienes les conviene un conflicto perpetuo. Los que de verdad sufren la guerra no pueden ayudarle en su empeño a quienes se benefician de ella.

En La Habana están sentados los que han desangrado a Colombia por doscientos años negociando con los que lo han hecho por cinco décadas. Ellos, que nos han sumido en este mar de tristeza y desesperación, son los que deben terminar la guerra. Así por fin otras fuerzas distintas podrán asomar la cabeza y tratar de construir un país nuevo que deje atrás lo que esos dos grupos nos hicieron. Esta guerra es un espejismo atroz que no nos deja ver nuestros verdaderos problemas; un espejismo que tanto las élites políticas, económicas y militares, como los guerrilleros, han usado para mantenernos asustados y quietos, inermes ante la violencia y resignados a nunca exigir ni tener aquello que merecemos.

No echemos por la borda un proceso capaz de darnos una segunda oportunidad. Con todos sus errores y tropiezos, tiene la capacidad de abrirnos una puerta, de ser el principio de un esfuerzo colosal para rehacernos y ser mejores. La violencia puede disminuir, las falsedades de nuestra historia pueden ser aclaradas. Podemos redimirnos y comenzar a desterrar los fantasmas de nuestras violencias centenarias. 

La negociación es apenas el primer paso, pero es el paso necesario. De lo contrario no se puede empezar a andar el camino, y durante generaciones tendremos que seguir contemplando adoloridos los cadáveres y las lágrimas. El sinsentido de la guerra no puede ser nuestra razón de ser. No podemos continuar con la desfachatez de pedir a gritos una guerra donde son otros los que mueren y sufren y son destruidos. 

¿Cuánta más gente tiene que morir para que quienes están cómodos y seguros estén satisfechos? ¿De verdad nos resignamos a no tener esperanza?

Busquemos héroes en la paz y no en la violencia. Dejemos de rendir culto a quienes nos desangran.

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