La vergüenza
Es posible que a Daniel Osvaldo, delantero de Boca Juniors, lo sancionen por decir que los dirigentes de la Conmebol son unos gordos mafiosos. Lo dijo luego de conocerse el castigo de risa que recibió el club por lo sucedido en el partido frente a River Plate por la Copa Libertadores.
Lo curioso es que en eso tiene razón: los de la Conmebol sí actúan como mafiosos. Pero todo mafioso necesita matones; los Vito Corleone necesitan a los Luca Brasi. Y en eso se convirtieron Osvaldo, Orión y los demás jugadores de Boca. Con total desprecio por sus compañeros y por su profesión, quisieron continuar el partido, se organizaron para jugarlo, trataron de presionar al árbitro y, para rematar, en lugar de retirarse al tiempo junto con los jugadores de River, se quedaron en la cancha, liderados por Orión, y aplaudieron hacia la barra, la misma de donde vino el ataque. Premiaron a los pandilleros de tribuna, a los salvajes convencidos de que el fútbol es guerra a muerte. Avergonzaron a su club y a ellos mismos. Ayudaron a matar al fútbol.
Convencidos de que el fútbol se trata de humillar y destruir al rival, quisieron hacer una demostración de poder, de control mafioso del territorio. Quisieron mostrar que no eran 'cagones'. En el proceso, apoyaron uno de los actos más vergonzosos de la historia del fútbol, le dieron validez. Con ese aplauso ruin dieron a entender que les parece bien que un hincha ataque a los futbolistas para satisfacer la fantasía de que puede influir de alguna manera en el resultado del partido. Le dieron alas a los vándalos del futuro. Ensuciaron para siempre al deporte.
Sabemos bien que los encorbatados (dirigentes, empresarios, mánagers) y las barras bravas secuestraron el fútbol. Pero es triste constatar que hay futbolistas dispuestos a ser cómplices. Si los jugadores no defienden el fútbol, ¿entonces quién?
A lo mejor la pelota sí se mancha.
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