La turba
Es el miedo.
Es el miedo el que lleva al camino de la ira y la barbaridad. Frente al sentimiento de desamparo e inseguridad reaccionamos como salvajes y nos entregamos al credo de la violencia y la retaliación, sin reparar en las consecuencias, sin pensar. La sociedad colombiana está abrazando con fervor la idea de que el linchamiento es válido y necesario. La locura es infecciosa: incluso hay abogados llamando a matar delincuentes. Ante la inoperancia de la policía y de la justicia, se multiplican los linchamientos y los videos y las fotos que registran la brutalidad. Poco a poco descendemos en la abyección. Dejamos de razonar y nos entregamos a la estupidez de la turba iracunda.
Es aterrador ver la cantidad de personas que dicen querer la paz, pero piensan y hablan como paramilitares. Da miedo la retórica con la cual llaman a tomar la justicia en nuestras manos, disfrazando todo como una necesidad, el linchamiento como única salida, como si fuera una justicia infalible donde el culpable siempre es obvio y fácil de identificar, como si las multitudes enardecidas pensaran con claridad. Olvidan que una turba puede asesinar a la persona equivocada, y que linchar nos pone al mismo nivel de los atracadores y los asesinos. Confunden la legítima defensa del individuo con la 'justicia' de la masa.
Una sociedad asustada recurre a la violencia y en el camino se hunde más en esa violencia. La ineptitud de las autoridades no ayuda. Ser víctima de un robo causa una frustración terrible y da ganas de desquitarse, pero linchar es descender en una espiral que no nos llevará a nada bueno. Una cosa es la legítima defensa a la que todos tenemos derecho, y otra muy distinta que un grupo de gente mate a un ladrón. Uno tiene derecho a defenderse, a tratar de que no lo roben ni le hagan daño, pero golpear y asesinar entre varios es una conducta bien diferente. Si no podemos ver eso, tal vez es demasiado tarde para nosotros.
Es fácil dejarse llevar por la corriente de la venganza sangrienta. Es más difícil intentar ser mejores, ser racionales y controlados, ser ciudadanos capaces de exigirle a las autoridades que cumplan con su labor, exigir una y otra vez hasta que funcione y nos protejan como es debido. Es más difícil tratar de ser verdaderamente justo.
Porque una cosa es cierta: la justicia de la turba no es justicia.
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