Carlos Gaviria

Leí el viernes en El Espectador sobre un proyecto de ley que pasó a sanción presidencial, para rendir homenaje a Carlos Gaviria Díaz. No puedo pensar en un homenaje más merecido.

Pero también pienso en la ironía de que Colombia, un país aficionado a la vulgaridad y la chabacanería, la gritería y la fuerza, celebre la memoria de este hombre admirable que contó con la suerte de morir de viejo en un lugar donde a los hombres y mujeres como él los torturan, los matan y los desaparecen. Carlos Gaviria representó la sensatez, la inteligencia y la mesura en un país donde esas cualidades no tienen rating, no venden, no atraen. Un país donde se admira al dogmático que vocifera sus certezas mendaces y no a quien es capaz de dudar y replantear, o llamar a hacer un alto y pensar bien lo que estamos haciendo.

Así es la historia, una señora irónica y burlona.

Ojalá la ley por lo menos sirva para que un legado necesario como el de Carlos Gaviria no se pierda en la marea de nuestro vértigo, en el ajetreo violento de nuestra realidad.

A ver si algún día ganamos la cordura y merecemos la sabiduría.


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