El peligro de la izquierda

En Colombia a uno lo crían con dos temores: a Dios y a la izquierda. Del primero no voy a hablar, no va y sea que el megalómano delirante conocido como padre Chucho venga a hacerme un exorcismo.

Buena parte del miedo a la izquierda nace del conflicto armado, sobre todo de la acción de las FARC, los sospechosos de siempre que con su doctrina monstruosa de la combinación de las formas de lucha, se aseguraron de desprestigiar a los movimientos de izquierda, incluso si no están de acuerdo con la lucha armada. Además, la izquierda ha cometido errores y ha tenido líderes que la han dejado en la inmunda. Recordemos el aval para que Samuel Moreno fuera candidato a la Alcaldía de Bogotá, o a Gustavo Petro, un político arrogante y despótico incapaz de construir consensos (aunque al paso que va Peñalosa, Petro va a mejorar en nuestros recuerdos). La acción política de la izquierda no ha sido muy inteligente y no ha sido capaz de conquistar a más colombianos. No ha podido convencerlos de dejar de hacer algo como, digamos, dejar de votar en contra de sus propios intereses.

Aún así, uno se pregunta si el miedo y el desprecio de los colombianos por la izquierda estará bien fundado, si no tendrá que ver más con una imagen que nos han pintado, un espanto con pies de barro, un discurso de la pedagogía afrentosa de los noticieros. Porque viendo con más detenimiento la historia de Colombia, sobre todo en los últimos veinte o treinta años, se ve una versión un poco diferente, una donde ser de izquierda es pretexto para que a uno lo maten.

Como mataron a Elsa Alvarado, Mario Calderón, Eduardo Umaña, Jaime Garzón y tantos otros más.

O los más de tres mil muertos de la Unión Patriótica.

O los líderes cívicos que siguen matando hoy en día, muchos de los cuales probablemente ni son de izquierda, pero defienden sus derechos, sus tierras y sus culturas, y por eso se convierten en un obstáculo para los señores de la guerra que dominan este país.

O a Héctor Abad, que no era ningún marxista-leninista-mamerto-guerrillero, pero igual cayó muerto por las balas de la ultraderecha.

¿De verdad era tan peligrosa esta gente? Lo dudo. Incluso los que sí fueron peligrosos, como Carlos Pizarro, pero se arrepintieron del camino idiota de las armas y tuvieron el valor de buscar otras maneras de cambiar a Colombia, solo recibieron plomo como recompensa.

(Debe ser entonces que el miedo a la izquierda es un miedo a los muertos, a los fantasmas, a las ánimas benditas del purgatorio, a los espíritus chocarreros, miedo a un jalón de patas en medio de la noche. Terror a las almas de los sacrificados, Diosmíobendito.)

La mayor parte de la gente de izquierda asesinada solo era peligrosa para una cierta visión de país, una donde no cabemos todos, solo ellos, la gente de bien que no es mamerta-castrochavista-atea, esa que no mata ni una mosca, ni siquiera las que se posan sobre los cadáveres dejados por los paramilitares a su paso.

El discurso sin matices contra la izquierda no va a cambiar pronto, ni siquiera con un resultado exitoso de las negociaciones de La Habana. Al contrario. Esos miedos atávicos no desaparecen rápido.

Pero yo me pregunto: si la guerrilla se desmoviliza y siguen matando a la gente de izquierda, ¿cuál va a ser la excusa?

No es tanto que la izquierda sea un peligro, como que es un peligro ser de izquierda.


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