Elsa y Mario

Leyendo la entrevista que le hicieron a Gabriel Izquierdo sobre el asesinato, hace 19 años, de Elsa Alvarado y Mario Calderón, me enteré de que el hijo de la pareja, que sobrevivió al ataque de los asesinos, se llama Iván.

Un escalofrío leve pero certero me inquietó al pensar en esa coincidencia de nombre. Tal vez fue una tontería. Pero la oscura idea de imaginarme como ese Iván se me quedó adentro. Y pensé en lo terrible que debe ser que a uno le maten a los papás (y al abuelo) en la propia casa, pensé en la responsabilidad de sobrevivir luego de que mi mamá me salvara la vida metiéndome en un armario, para que los criminales que iban por ellos no acabaran conmigo. Por un momento fugaz me imaginé como un hombre que toda la vida ha sabido lo terrible que puede ser Colombia, que sufrió la violencia aun antes de poder hablar. Imaginé la tristeza de ser un huérfano de la guerra sucia, de saberme hijo de dos seres humanos ejemplares que pagaron con sus vidas querer hacer de Colombia un país menos injusto.

¿Ser asesinados es el único destino que le ofrece Colombia a quienes de verdad aman al prójimo? ¿Son la muerte y la impunidad las únicas recompensas para gente como Elsa Alvarado y Mario Calderón y tantos otros como ellos? ¿En manos de quién carajos estamos?

Por suerte, para mí esto solo fue una pesadilla diurna. Para otros es su vida de todos los días.


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