Gente de bien
Hay una respuesta que dio Francisco de Roux a una entrevista hace un par de años que se me quedó grabada, tal vez porque creo que resume muy bien la oposición al proceso de paz que he visto a mi alrededor:
Gracias a ¿Dios? ¿El Espíritu Santo? ¿El azar que rige nuestras vidas, así no nos guste la idea?, en la ciudad no hemos vivido la guerra como la han vivido en el campo, no hemos tenido que correr hacia la manigua para alejarnos de las bombas, ni nos han despertado los disparos en medio de la noche, ni nos hemos tenido que tirar debajo de la cama o poner el colchón contra la pared para evitar que los balazos entren a la casa. No nos ha tocado caminar con cuidado por culpa de las minas, ni nos han degollado con machetes oxidados, no nos han lanzado cilindros explosivos ni nos han desmembrado con motosierras.
Será por eso que hay gente capaz de pararse afuera de un centro comercial a pedir firmas contra un proceso de paz. Toda gente divinamente, gente de bien preocupada por este país. Gente llena de odio y llena del miedo que le han inyectado aquellos a quienes no les conviene que se acabe la guerra.
Uno se sorprende de que esta gente sea incapaz de imaginarse en un país menos violento, mientras que hay víctimas directas del conflicto dispuestas a seguir adelante. Supongo que quienes conocen el olor de la sangre no desean que se derrame más, mientras que quienes han vivido en la asepsia de la militancia por internet no tienen problema en continuar las batallas que no pelean.
¿Será que la gente de bien nos va a condenar a destrozarnos a balazos por los siglos de los siglos?
El país urbano no sabe lo que es la guerra, lo sabe un poco por la televisión y como lo ve como si fuera una película no comprende la enorme responsabilidad humana, ética, que tenemos ante tanto sufrimiento. El país urbano conoce la violencia en la escuela, en la familia, contra la mujer y conoce la inseguridad en las calles, en los buses, entre otras cosas porque hay mucha corrupción administrativa y narcotráfico, pero la guerra es la barbarie total, donde el 80% son víctimas civiles, como lo ha puesto en evidencia el Grupo de Memoria Histórica, son las 1982 masacres de las cuales los paramilitares hicieron 1166 y la guerrilla 343, los 27 mil secuestros hechos en un 90% por la guerrilla, los 23 mil asesinatos selectivos, los 5 mil casos de desaparecidos, los 5 mil casos de daños contra bienes civiles, los centenares de ‘falsos positivos’, y las miles de víctimas de minas antipersonales; eso no lo conoce el país urbano.Parece que a la Colombia urbana no le interesan todas esas víctimas, todos esos muertos y heridos, todos los desplazados. Está demasiado ocupada defendiendo a Uber, descargando aplicaciones para el teléfono y creyendo las mentiras descaradas de los opositores del proceso. Encerrada en los prejuicios de la burbuja citadina, mira con desconfianza a los desplazados y los trata como inferiores, como invasores; llama mamerto o guerrillero a cualquiera que no se coma entero el cuento bien contado de las élites; se convence a sí misma de que es buena y compasiva mientras apoya la guerra perpetua, una guerra lejana peleada por otros; se proclama gente de bien mientras los cadáveres se siguen apilando en el campo y pone sus esperanzas en gente con las manos manchadas de sangre.
Gracias a ¿Dios? ¿El Espíritu Santo? ¿El azar que rige nuestras vidas, así no nos guste la idea?, en la ciudad no hemos vivido la guerra como la han vivido en el campo, no hemos tenido que correr hacia la manigua para alejarnos de las bombas, ni nos han despertado los disparos en medio de la noche, ni nos hemos tenido que tirar debajo de la cama o poner el colchón contra la pared para evitar que los balazos entren a la casa. No nos ha tocado caminar con cuidado por culpa de las minas, ni nos han degollado con machetes oxidados, no nos han lanzado cilindros explosivos ni nos han desmembrado con motosierras.
Será por eso que hay gente capaz de pararse afuera de un centro comercial a pedir firmas contra un proceso de paz. Toda gente divinamente, gente de bien preocupada por este país. Gente llena de odio y llena del miedo que le han inyectado aquellos a quienes no les conviene que se acabe la guerra.
Uno se sorprende de que esta gente sea incapaz de imaginarse en un país menos violento, mientras que hay víctimas directas del conflicto dispuestas a seguir adelante. Supongo que quienes conocen el olor de la sangre no desean que se derrame más, mientras que quienes han vivido en la asepsia de la militancia por internet no tienen problema en continuar las batallas que no pelean.
¿Será que la gente de bien nos va a condenar a destrozarnos a balazos por los siglos de los siglos?
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