Tierra

Durante el golpe de Estado que dio comienzo a la Guerra Civil española, algunos falangistas andaluces, terratenientes ellos, organizaron cacerías a caballo donde la presa eran campesinos de la región. Se burlaban diciendo que esa era la reforma agraria, donde le darían a cada labrador su pedazo de tierra.

Así se ha hecho la reforma agraria en Colombia: se le ha dado tierra a los campesinos, pero en forma de fosas comunes. A sus reivindicaciones y protestas, más que justas, el Estado ha respondido con estigmatización y plomo. Y cuando medio ha intentado restituir las tierras, como se está haciendo en este momento, la "gente de bien" se ha opuesto a ese elemental acto de justicia para quienes han sido despojados.

Ahí vimos al chulavita ese que tenemos por procurador haciendo campaña en contra de la restitución. No es poca cosa que lo haya hecho en los lugares donde Jorge 40, uno de los tantos señores de la guerra que ha parido este país, cometió sus crímenes, perpetró sus masacres y ayudó a la expoliación de miles de hectáreas. Claro, es bien sabido dónde tiene sus afectos Alejandro Ordóñez:


Para rematar, el gobierno responde pobremente a la campaña embustera de desinformación de Ordóñez, Uribe, Lafaurie y demás secuaces. No se podía esperar otra cosa de un presidente que pertenece a la casta que por demasiados años ha dirigido a Colombia, y lo ha hecho de espaldas a sus características propias, a sus realidades inherentes y complejas, sobre todo en las regiones. Santos nos dio un ejemplo hace poco: con una ligereza impresionante dijo que el Catatumbo era como un Bronx pero a nivel nacional, una muestra del desconocimiento absoluto y del desinterés de una clase dirigente poco preocupada por lo que dirige.

Mientras tanto, los campesinos, los indígenas y los negros siguen esperando el arribo de la justicia, protestan, exigen y solo reciben dilaciones, mentiras y atropellos. Se les condena por movilizarse, porque a los ojos de la mayoría de los colombianos los campesinos son seres angélicos y bucólicos que deben saber su lugar en el paisaje, no seres complejos con historia, necesidades, ideas, prejuicios, amores, gustos y malquerencias; los indígenas son personas mágicas y sabias que no deben meterse en política y los negros están para aporrear tambores, sonreír y alegrar la fiesta, no para exigir sus derechos.

Las intrincadas dinámicas culturales de estas comunidades son obviadas, su relación con la tierra se desprecia y solo se entiende en términos de desarrollo económico industrial, sin acercarse jamás al territorio mismo, a las relaciones de cada grupo con la tierra y entre ellos mismos, pues los intereses de los negros, los indígenas y los campesinos no siempre coinciden y a menudo se enfrentan. Por eso las soluciones no pueden salir solo de los manuales que se leen en esa atalaya lejana y fría llamada Bogotá. Pero eso es pedir demasiado a los truhanes encorbatados para los que el campo es solo un lugar de recreo y una fuente de mano de obra barata.

Igual ahí seguirán las movilizaciones y las protestas, porque la realidad es dura y la memoria colectiva no se borra tan fácil. Contrario a lo que parecen creer nuestros tecnócratas y gerentes, la mugre no desaparece barriéndola debajo de la alfombra.


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