Una oportunidad

Yo soy de los que cree que un optimista es un pesimista mal informado. Pero a veces, muy de vez en cuando, hay razones para ser optimista, para creer que la luz al final del túnel no es un tren que viene en sentido contrario.

El anuncio de la firma del cese bilateral del fuego en el proceso de paz de La Habana es uno de esos momentos. Sí, tengo muy claro que con este proceso no empieza la paz ni se acaba del todo la guerra, como nos han advertido hasta la saciedad los que han hecho de decir obviedades una carrera y una ocupación diaria. Pero que este proceso vaya saliendo adelante, a pesar de los palos en la rueda de los opositores que quieren que sus secretos sigan dormidos en los sepulcros y las fosas comunes, a pesar de los errores, a pesar de la desconfianza que inspira un grupo como las FARC y un gobierno como el de Santos, es motivo de alegría. Alegría cauta, pero alegría.

Porque este proceso no será el final de toda nuestra guerra y nuestra violencia, pero es un primer paso. Un paso grande. Es la forma de abrir la puerta, de darnos la oportunidad de ser un país distinto, o por lo menos uno donde dejemos de matarnos por todo, donde abandonemos la muerte como forma de vida, donde el conflicto se dirima de formas distintas a los balazos y las bombas. Como escribió en Twitter el periodista salvadoreño (y algo sabrán los salvadoreños de procesos de paz) Óscar Martínez: "El fin de la guerra es solo la posibilidad de una paz...". Tener esa posibilidad, por mínima que sea, es ya un motivo para la esperanza.

Mucho nos ha costado el monstruo que la miopía de nuestros líderes liberó en Marquetalia hace tantos años. Décadas de sufrimiento e injusticia, de inocentes masacrados y generaciones perdidas, de miedo y desesperanza, de odio y mendacidad, de ojos cubiertos, corazones cerrados y voces silenciadas. Podemos vivir sin ese monstruo. Podemos construir algo mejor. Pero nos va a costar mucho trabajo, como le ha costado a Sudáfrica y a Irlanda, a Ruanda, Guatemala, El Salvador y tantos otros más. Es necesario intentarlo.

No viene el paraíso ni se desatará el infierno. Lo que viene es una lucha con nosotros mismos por levantar de las cenizas algo que se parezca a un país, un lugar donde los fusiles no sean la forma de decir "yo pienso que...". Viene un camino culebrero, plagado de escollos y trampas, de expectativas frustradas y triunfos en apariencia pequeños. El tiempo dirá si fuimos capaces de hacer lo necesario por la paz, tal y como lo hicimos por la guerra.

Es normal que haya cínicos y desencantados, más en esta época donde la mala leche parece ser sinónimo de inteligencia. Pero el cinismo no siempre es lucidez. Los grandes esfuerzos requieren un poco de optimismo y muchísima voluntad. Nuestra historia nos ha empujado a una desazón perpetua; tal vez es hora de empezar a escribir una historia nueva.

En el colmo de la originalidad, terminaré con esto: Colombia, nosotros, merecemos esta oportunidad. Merecemos una segunda oportunidad sobre la tierra.


Revista Semana

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