Con revancha

Los poderosos de este mundo nunca han regalado nada. Cada derecho, cada avance social tuvo que ser peleado.

Ahora damos todas esas cosas por sentadas y nos olvidamos de la lucha y el sufrimiento que fueron necesarios para alcanzar esas victorias. Creemos que ya no podemos perder los derechos ganados.

Pero sí podemos.

Estamos adormilados y satisfechos, convencidos de estar en el mejor de los mundos. Nos contentamos con hashtags inanes, impotentes peticiones electrónicas y protestas que nunca trascienden el nivel simbólico. Así, poco a poco, nos arrancan de las manos lo ganado con llanto, sudor e incluso sangre.

La lucha de clases suena a caducidad y a mentira. Suena así no porque no exista, sino porque la ganaron los de arriba. La ganaron con una sutil y brillante estrategia: nos inocularon sus valores y su forma de ver el mundo.  Lograron que nos comiéramos cuentos como el de la competitividad, para ponernos a pelear los unos contra los otros por las migajas que caen de la mesa, mientras ellos siguen tranquilos allá arriba, bien arriba, donde no se compite, porque a la competencia se la compra o se le destruye. Nos convencieron de que las zancadillas sirven para subir la escalera, de que todos vamos a ascender en algún momento, de que todos somos ricos en stand by.

Pero no lo somos. Y la mayoría de nosotros nunca podrá subir, no importa lo que digan la autoayuda y las escuelas de negocios.

En eso pienso mientras compro el Baloto.

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