Whites only

Make America great again. Ese es el más reciente eslogan de la perniciosa manía humana de creer en edades doradas donde supuestamente todo fue mejor; la manía de buscar las utopías en el pasado. En este caso concreto, un tiempo donde Estados Unidos fue el mejor país de la Tierra, donde todo era prosperidad y alegría.

Los gringos suelen identificar esos días con los años cincuenta. Pero como lo dijo muy bien el comediante Bill Maher, esos no fueron muy buenos tiempos si eras mujer, o negro, o latino. Solo fueron buenos tiempos, una edad dorada, para los hombres blancos.

Ahora uno de ellos (aunque es más bien anaranjado) ha ganado las elecciones presidenciales prometiendo devolver a los Estados Unidos a esa época. Millones de gringos pobres y de clase media cayeron en la trampa demagógica de un fascista experto en el engaño y la megalomanía. Millones de estadounidenses decidieron que Donald Trump, un racista, misógino, xenófobo, machista, homofóbico, ignorante y mentiroso multimillonario estafador es el hombre indicado para "devolverlos a la grandeza", para acabar con los enemigos del país: los negros, los homosexuales, los musulmanes, los inmigrantes.

La mayor parte de los votos por Trump los puso la rabia blanca, una población convencida de que su grandeza se la ha robado la corrección política, la imposibilidad de agredir a los negros, a los mexicanos (para los gringos, del río Bravo hacia el sur todos somos mexicanos), a los homosexuales, a los musulmanes, a los judíos, a los asiáticos; a cualquiera que no sea WASP, básicamente. Ven en ellos al enemigo y no a los millonarios y sus políticos de bolsillo que han saqueado al país, que destruyen las industrias y malbaratan los empleos, que se eximen a sí mismos de los impuestos que deberían pagar y los recargan sobre la clase trabajadora. En medio de su rabia y su ignorancia, se dejaron convencer por uno de esos millonarios de que sería su campeón, su representante y su héroe. Trump supo azuzar los más profundos prejuicios de la middle America, prejuicios que comparte, y los usó para llegar a la Presidencia.

Las vías democráticas le permitieron a un fascista ponerse al frente del país más poderoso del mundo, y los fascistas que votaron por él ya han comenzado a hacerse sentir. Porque seguramente Trump no podrá cumplir la mayoría de sus lunáticas promesas de campaña, pero sus seguidores se sienten ganadores y autorizados a desatar su ira. No habían pasado veinticuatro horas de la elección y ya empezaban a presentarse acosos y crímenes de odio contra la gente que Trump atacó en su vergonzosa campaña. Ese es el problema y la tragedia de la victoria de Donald Trump: la vida para los inmigrantes, los negros, los musulmanes, etc., se va a convertir en un infierno. Mujeres musulmanes retirándose el hijab por miedo; el insulto nigger revoloteando por ahí como si nada, así como cotton picker y 'simio'; cánticos iracundos de Build that wall! cada vez que pasa un mexicano (o alguien que parece serlo); homosexuales llamados faggots y banderas de arcoíris quemadas; supervivientes del Holocausto llorando porque nunca creyeron vivir para volver a ver un hombre así elevándose hacia el poder; millones de personas asustadas a la hora de ir a sus trabajos o sus escuelas porque pueden atacarlos. Ese es el país de Donald Trump: the land of the bigots and the home of the beasts.

El ascenso de Trump es como: "Esta película ya me la vi, pero en la versión alemana". Tal vez el diseño institucional estadounidense pueda frenar a Trump: la Constitución está diseñada para hacerlo, para contrarrestar el poder de un eventual tirano. Pero en las calles, en los campos, nada detendrá a la ira del hombre blanco, a toda esa gente que nunca pudo tragar el hecho de ser gobernados por un negro, que antes tenía que esconder su racismo y guardarlo para la casa, el bar o la iglesia, pero ahora se siente libre para airearlo, para divulgarlo, para sentirse orgullosa de él. Así podrán construir el país que anhelan, uno donde a la entrada se pueda colgar un aviso de grandes letras que diga Whites only: solo para blancos.

Marx estaba equivocado: la historia ocurre primero como tragedia y luego otra vez como tragedia.

Viene el hombre blanco. Corramos a las colinas.


David Horsey, Los Angeles Times, 2015.


P.D. No solo los blancos votaron por Trump. En una de las crueles ironías propias de la historia, miles de inmigrantes latinoamericanos también votaron por él, comiéndose el cuento de que su discurso solo ataca a los inmigrantes ilegales. Seguramente las hordas violentas que se han desatado contra los "enemigos del país" van a pedir papeles a la hora de decidir a quien golpean y a quien no.

Vale la pena mencionar a los colombianos que votaron por Trump. Nosotros, que hemos sabido lo que es la estigmatización, que el mundo entero crea que todos somos narcotraficantes, que todos somos sicarios y putas, deberíamos tener claras las consecuencias de una barbaridad como decir que México solo envía violadores y demás criminales a Estados Unidos. No fue así, claro, porque no aprendemos nada, y fue doloroso ver a colombianos apoyando al nazi mal peinado y manifestando cosas como "si usted va a California se da cuenta de que cuando el tipo decía que de México llega lo peor, en gran parte tiene razón".

Comentarios

  1. Excelente su escrito. Por extraña coincidencia estaba trabajando sobre letras de Iron Maiden y el cierre de su escrito me recordó una canción… Es también insoportable ver como algunos latinos se imaginan blancos y anglo-sajones, cuando se miran en el espejo y apoyan a ese bufón. Las huestes pálidas invocan desesperadas el espíritu de Hitler para que segregue; que dios reparta suerte. Me atrevo añadir que es el triunfo irónico del anti-intelectualismo norteamericano: un movimiento anacrónico que no solo oculta la desnudes de su emperador recién coronado, sino también celebra a la masa estulta. Al menos Hitler leía a Nietzsche y a Schopenhauer; dudo que el capitalista sonrojado sepa quién es Adam Smith.

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