El trompetista




Cuando salgo a correr por las mañanas, en el parque hay un hombre solo que practica con su trompeta. Se para junto a las gradas de la cancha de baloncesto y empieza a tocar. Las notas resuenan en el aire frío de la mañana, mientras en el paradero cercano la gente espera para embutirse en los buses rumbo al trabajo.

La primera vez que lo vi recordé que hace un tiempo, en uno de mis desvelos, oí en medio de la noche el sonido de una trompeta. No era una serenata de mariachi, como pensé al principio. Era una trompeta sola, un trompetista noctámbulo. Muy curioso, pensé, eso de tocar trompeta en la calle en plena madrugada.

Curioso, también, salir temprano al parque a practicar. Pero ahí lo veo casi todos los días: el trompetista toca con insistencia notas agudas y graves, sube y baja en la escala musical. Se aventura con melodías sencillas. Trata de mejorar.

A veces me dan ganas de acercarme y preguntarle quién es, por qué hace lo que hace, si aspira a ser músico o es orate. No le pregunto nada y sigo, lo dejo como un enigma, como un ejemplo de persistencia y disciplina, como una rareza. Y me pregunto si hay alguna clase de metáfora de la vida, un sentido profundo, en el hecho de que hasta ahora la pieza que mejor le sale es el toque militar fúnebre.

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