Marcharemos

Este primero de abril, los colombianos vamos a poder ver el espectáculo vivo de una contradicción ambulante. Como si los ladrones marcharan contra la inseguridad o los diabéticos contra la insulina, Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez y sus partidarios van a salir a marchar contra la corrupción.

Un expresidente que compró su reelección a punta de notarías, y que tiene investigados o en la cárcel a la mayoría de personajes que gobernaron a su lado, y un exprocurador cuya reelección fue anulada por los métodos deshonestos con los cuales la consiguió, lideran la convocatoria para marchar contra la corrupción del gobierno de Juan Manuel Santos. Apoyados, no podría ser de otra forma, por ejemplares personajes como el pastor Arrázola, un vividor experto en exprimir la fe de los demás para vivir como rey, y orador sicarial con el nombre de Dios en la punta de la lengua para amenazar a sus críticos. Son estos bellos e impolutos personajes, estos buenos muchachos de Scorsese, los que hoy se ponen el disfraz de indignados con la corrupción que se come viva a Colombia.

Pero la del primero de abril no es una marcha contra la corrupción (si mucho, es una marcha de la corrupción). Lo del primero de abril es un acto de campaña de los reaccionarios criollos, de los sectores más oscuros y nefastos del país, que anhelan recuperar el poder para lograr instaurar su cleptocracia teocrática y enseñarnos a todos que Dios es amok y el autoritarismo la verdadera forma de poner a andar a este país. Es un acto de campaña de aquellos que sueñan con eliminar cualquier diversidad, con condenar a millones a la violencia para el beneficio de unos pocos, con desaparecer cualquier oposición, con imponer su moral a la fuerza. Son ellos, los culpables del desastre que es Colombia, quienes nos invitan a apoyarlos en su causa.

Claro que habría que marchar contra la corrupción que nos hunde en el barro, contra las mentiras de este gobierno cuyo único acierto ha sido el proceso de paz con las FARC, contra una clase política que ni siquiera cambia de apellidos para seguir jodiéndonos la existencia. Lo que no podemos hacer es convertirnos en los idiotas útiles de lo más tenebroso y retrógrado que tiene la política colombiana. Están metiendo alma, vida y sombrero para subir a uno de los suyos a la Presidencia el próximo año. No podemos apoyar su odiosa cruzada. No podemos ayudarles a convertir a Colombia en la mezcla de mazmorra de la Inquisición, burdo espectáculo milagrero, fosa común y calabozo dictatorial en la que buscan convertirla.

Podemos tener memoria y recordar quiénes son realmente Uribe, Ordóñez y los demás, o ser como Dory, olvidarlo todo y andar por ahí canturreando: Marcharemos, marcharemos, marcharemos...




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