Adiós a las armas



La que debería ser una celebración se vive más bien fríamente en un país dividido y escéptico, amenazado por las desilusiones de su historia, por una ultraderecha intransigente que se niega a la apertura de la democracia, por los incumplimientos de un Estado experto en defraudar la esperanza, por las disidencias de una guerrilla demasiado longeva, por los paramilitares nunca idos del todo, por el narcotráfico, la mentira, la avaricia y el robo.

Aun así, los hechos resuenan: hoy las FARC terminaron de entregar sus armas. Y aunque la fe en Colombia y su búsqueda de la paz quedó moribunda luego del dos de octubre del año pasado, es imposible no sentir una emoción llorosa ante la posibilidad de que termine la guerra contra las FARC, ante el sonido de las puertas y los candados cerrándose para contener las armas del conflicto, ante la oportunidad de terminar el sufrimiento y cambiar las armas por palabras.

Son muchos los problemas e inconvenientes que ha enfrentado y enfrentará el proceso de paz con las FARC. Ojalá de aquí en adelante los hechos puedan vencer a la tozudez de la desconfianza y la falta de esperanza. En momentos así queda recordar a Gramsci cuando instó al pesimismo de la inteligencia, pero al optimismo de la voluntad. Elijo también quedarme con una imagen de hoy, la de un guerrillero pasando a recoger el certificado de desarme con su bebé en los brazos: ahí veo un símbolo de futuro, del mañana posible si Colombia recorre el camino correcto, si las partes cumplen con lo pactado, si los colombianos no nos resignamos a ser una nación rabiosa.

Otra vez tenemos la oportunidad de ser un ejemplo. Ojalá no escojamos, otra vez, ser una vergüenza.

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