Decente

En Colombia es muy peligroso ser decente. Para donde uno mire los que medran, los que se multiplican son los indecentes, los del "todos contra todos" y el "sálvese quien pueda", los que atentan contra la vida y ofenden la memoria de los justos. La "gente de bien". Esos son los que suben más rápido la escalera y logran convencer con facilidad a otros de que el camino a seguir es el desprecio por los demás, sobre todo si parecen más débiles o no se ajustan a los parámetros de la competencia arreglada en la que vivimos.

Si el egoísmo es el precio del progreso, quizás no hemos entendido lo que significa avanzar. Si la solidaridad es cosa de perdedores, necesitamos perder más.

Los decentes, en cambio, escasean y además los aniquilan. Siempre ha sido más difícil seguir el camino de la justicia, la equidad y la compasión. Tal vez por eso es que vale la pena seguirlo. Por rebeldía, por amor, por esperanza, porque resignarse a la mezquindad es renunciar a la posibilidad de construir algo mejor, no perfecto, pero aunque sea un poco mejor. Seguir los pasos de los justos, aunque sea más complicado, es la única manera de cambiar la ruta que nos dirige hacia la desolación, esa que los indecentes, los criminales, los indignos y los ruines de este mundo nos quieren mostrar como la única buena, la verdadera, la exitosa.

Necesitamos más gente decente. La senda de la risa, la amabilidad, la colaboración, la de compartir y encontrar espacio para todos, la de la inteligencia que no se preocupa solo por sí misma y trata de imaginar un mañana menos oscuro, no es la más popular ni la más propicia para las ganancias, pero es la correcta.

Tal vez soy ingenuo. Creo que no me importa.

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