Todas



Cientos, miles, millones de mujeres se atreven a contar en internet que han sido acosadas, abusadas, violentadas. "Yo también" es el grito contenido con el que denuncian un mundo en el que no están seguras, donde uno de sus primeros aprendizajes es el miedo.

Sin embargo, cientos, miles, millones de hombres, en lugar de sentirse afectados por las historias, de tratar siquiera de entender el dolor y la humillación presente en cada una de ellas, de mostrar la más mínima empatía, de preguntarse si no han participado en esa cultura canalla que disminuye a la mujer, reaccionan con desprecio y burla ante lo que ven como una queja sin sentido, ganas de joder, histeria. Aún peor, culpan a las mujeres por lo que les ha pasado. O, en el colmo de la ridiculez, se victimizan a sí mismos y no se sonrojan al afirmar que esta es una era contra los hombres, que el feminismo no es más que el reverso del machismo, una conjura contra el género masculino.

Hombres que le hacen a uno sentir vergüenza de ser hombre.

Más triste aún es el caso de las mujeres que atacan a las mujeres. "A mí nunca me han violado -dicen- porque no me visto como una prostituta". ¿Y las niñas violadas qué? ¿También ellas son culpables de su desgracia?

Ese es el mundo terrible en el que vivimos, uno donde es normal el acoso a las mujeres y la culpa es de ellas por una u otra razón.

Pero el grito sigue ahí y cada día será más difícil ignorarlo. Porque hay una cosa muy clara: no son una ni dos las que pueden decir "Yo también". Son todas.

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