Clío, la futbolera



Hay dramas históricos que parecen resolverse dentro de una cancha de fútbol: venganzas incruentas, cuentas saldadas, desquites que en realidad no lo son pero parecen serlo. Coincidencias que parecen darse para resolver viejas disputas sin necesidad del incendio y la muerte.

Maradona no podía hacer que las Malvinas fueran argentinas, mucho menos devolverle la vida a todos esos muchachos que un hatajo de milicos salvajes y desesperados enviaron a morir, a dejar su juventud y su esperanza varados en el barro helado. Pero parecía que pudiera hacerlo mientras dejaba ingleses desparramados en el estadio Azteca. Nada cambiaba en la realidad, pero algo parecía reivindicado. Era una retaliación mínima, insignificante incluso; sin embargo, parecía tener la fuerza de los grandes hechos, de esos que encuentran cabida en los libros de historia.

Suiza y Serbia juegan en terreno ruso por los puntos, por la clasificación, pero de pronto el partido se vuelve otra cosa, un pequeño espejo de las lidias del pasado, de los dolores balcánicos. Suiza es Suiza, pero entre los suyos hay dos muchachos que son hijos de kosovares, unos de tantos que tuvieron que huir para no quedar bajo los escombros de un mundo que se caía a pedazos, para no ser parte de las estadísticas escabrosas que aparecen siempre que palabras como 'Nación' o 'Raza' empiezan a escribirse en mayúscula y a pronunciarse con demasiada vehemencia.

Estos dos hombres recuerdan. Sí, tuvieron la suerte de crecer en un país distinto, lejos del horror, pero recuerdan. Xhaka primero, Shaqiri después: dos goles extáticos que dan la victoria y dan algo más; no devuelven el tiempo y las vidas, pero agitan una pequeña gloria personal, familiar, histórica.

Tal vez a Clío le gusta estar sentada en las gradas.

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