Granito de arena



Un fragmento de Los restos del día, de Kazuo Ishiguro:

A mi juicio, nuestra generación fue la primera en reconocer un hecho que había pasado inadvertido hasta entonces, a saber, que las decisiones importantes que afectan al mundo no se toman, en realidad, en las cámaras parlamentarias o en los congresos internacionales que duran varios días y están abiertos al público y a la prensa. Antes bien, es en los ambientes íntimos y tranquilos de las mansiones de este país donde se discuten los problemas y se toman decisiones cruciales. La pompa y la ceremonia que presencia el público no es más que el remate final o una simple ratificación de lo que entre las paredes de estas mansiones se ha discutido durante meses o semanas. Para nosotros el mundo era, por tanto, una rueda cuyo eje lo formaban estas grandes casas de las que emanaban las decisiones relevantes, decisiones que influían en el resto de los mortales, ricos o pobres, que giraban a su alrededor. Y la mayor aspiración de todos los que teníamos ambiciones profesionales era forjar nuestra carrera tan cerca de este eje como nos fuera posible, dado que, como he dicho, éramos una generación de idealistas a quienes nos importaba no sólo el correcto ejercicio de nuestra profesión, sino con qué fin la ejercíamos, y todos alimentábamos el deseo de aportar nuestro granito de arena a la creación de un mundo mejor; resultaba obvio que, como profesionales, el medio más seguro de conseguirlo era servir a los grandes caballeros de nuestra época, en cuyas manos estaba el futuro de la civilización.

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