Parásito



Corea del Sur, uno de los llamados Tigres Asiáticos, es un ejemplo recurrente de los fieles del capitalismo salvaje. Además de su acelerado crecimiento económico, Corea del Sur cuenta con la ventaja de tener un gemelo malvado comunista, lo que refuerza su valor como historia de éxito para la religión del mercado.

Gente como los libertarios, que están a dos cosquillas de ser fascistas, muestra a Corea del Sur como el paraíso posible cuando se deja al mercado hacer su voluntad, contrario a lo sucedido en Corea del Norte, el infierno donde el comunismo detuvo el desarrollo e instaló su dictadura de miseria y atraso. Paradójicamente, creen en el libre mercado y el capitalismo con la misma fe ciega e ingenua de quienes siguen creyendo en los edenes socialistas.

Recuerda uno la fe decimonónica en el Progreso (así, con mayúscula), en la Revolución industrial y sus promesas de abundancia infinita para la humanidad. Por fortuna existieron quienes, como Charles Dickens, supieron mostrar el reverso de ese discurso, la miseria escondida en la gloria brillante de la industria, los seres humanos molidos por los engranajes del progreso, hombres, mujeres y niños languideciendo en el hollín de las fábricas, en la humedad malsana de los tugurios atestados.

En Parasite, la película de Bong Joon-ho, se ve la sombra del cuento de hadas coreano, la gente a la que el crecimiento económico dejó atrás pero aún sueña con estar en lo alto de la colina y sabe que para llegar allí, como cantó John Lennon, es necesario aprender a sonreír mientras se mata. La pobreza, la sensación de fracaso, la aspiración obsesiva a la riqueza, a un estilo de vida boyante y despreocupado, puede sumir a cualquiera en la abyección y empujarlo a olvidar los escrúpulos, a sobrevivir como sea. Cualquier cosa vale para salir de la oscuridad hacia la luz, para que la lluvia deje de ser una amenaza y se convierta en una molestia pasajera, en un preludio de la fiesta.

Pero quienes viven en la cima, en la luz, no escapan de la tinieblas. El escudo de sus prejuicios, de su hipocresía, de su condescendencia y su dinero, aunque fuerte, tiene grietas. Y a veces, por esas fisuras, se escurren las desgracias propias de una sociedad enferma y egoísta. Una sociedad cuyo único patrimonio es la soledad, el abandono, la discriminación, el dolor y las esperanzas vacías.

Comentarios

Entradas populares