Taquicardia

Me asustó sentir una taquicardia así y el susto me aceleró aún más los latidos. Nunca me había pasado: me asustó que el corazón se me desbocara por culpa del trabajo pendiente, por pensar en todo lo que tenía para hacer, por la posibilidad de que hubiera aún más. Demasiados días seguidos sin descanso. Quise mandar todo al carajo, parar, rendirme. Pero no podía. No puedo.

Siento miedo porque el tiempo pasa y aún no soy capaz de acostumbrarme a mi destino de ganapán. Pienso en el futuro y el desasosiego me asfixia. ¿No hay nada más? ¿No hay otra posibilidad? ¿Solo este camino de frustraciones, aburrimiento, sinsentido? Hace diez años hubiera sido más valiente, hubiera encontrado la justificación para dejarlo todo y escribir, escribir para tener la vida que quiero, no la que me toca. Lo hubiera intentado a pesar de las mínimas posibilidades de lograrlo. Me hubiera importado menos el dinero o la opinión de los demás.

Ya no soy valiente. Le tengo un miedo irracional a la pobreza, no quiero saber de nuevo lo que es no tener ni para el bus y el arriendo no entiende de crisis existenciales. Ahora tengo la idea peregrina de que la gente me quiere y me respeta por lo que hago, por mi trabajo, no por la persona que soy.

Y sin embargo.

Sin embargo la voz en mi cabeza no se calla. Como un eco del pasado y la esperanza me insiste en que tal vez aún queda una oportunidad. Tal vez los ahorros me compren el tiempo necesario para leer, para pensar. Quizás pueda escribir algo bueno, algo importante, algo que me permita vivir. No tengo la inteligencia ni la energía necesarias para hacer bien muchas cosas, pero es posible que si me enfoco en una sola pueda escribir algo que valga la pena, algo que valga por lo menos el papel en que está impreso.

Pero nadie vive de escribir novelas, menos en un país como este. Igual tendría que trabajar en otras cosas, seguramente mal pagas. Entonces me vuelvo a asustar y me quedo quieto mientras la vida se escurre y se va. En todos los trabajos me llega un momento de sentirme miserable. Ahora por lo menos me pagan bien. Afuera está la peste y es un privilegio tener empleo, los ahorros pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte en los días por venir. Tengo una familia para apoyar. No tenemos la menor idea de lo que pueda pasar o cuánto vaya a durar. Ningún cálculo, ningún plan tiene la certeza de funcionar.

Me quedo con el corazón encabritado y el nudo en la garganta.


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