3:37 am

Te despiertas antes de que suene la alarma del celular, como casi todos los días. Cierras los ojos de nuevo y sigues acostado en la oscuridad sintiendo en el pecho el plomo de la madrugada.

Cuando parece que podrás dormir de nuevo suena la alarma. Con un suspiro acongojado te sientas en el borde de la cama, encajas los pies en las chanclas, bebes un sorbo largo de agua de la botella sobre la mesa de noche y te levantas.

Vas al baño a orinar. Luego te ves en el espejo sucio con ojos irritados, demasiados días con demasiadas horas frente al computador. Te lavas las manos y ves el lavamanos opaco, el grifo salpicado y rodeado por una extraña mancha rojiza que también está en el desagüe. Te secas las manos con la toalla que ya toca cambiar.

Vuelves al cuarto y enciendes el televisor. Sintonizas un canal sin noticias y te vistes antes de abrir las cortinas a un día de cielo mustio. Vas a la cocina mientras piensas qué vas a desayunar. Te das cuenta de que anoche olvidaste lavar la loza. Alrededor de las llaves del lavaplatos también hay una mancha roja. Te preguntas de dónde vendrá. Echas el café y el agua en la cafetera y pones una arepa sobre la parrilla. Espantas las pequeñas moscas negras que revolotean sobre la fruta encima de la nevera. Notas dos gotas moradas en el piso. Son gotas de yogur, pero el que compraste este mes es de durazno.

Volteas la arepa mientras el tinto cae despacio en la cafetera. Cuando se termina de tostar la pones sobre un plato, le echas mantequilla, sirves el tinto en el pocillo grande. Llevas todo al cuarto y te sientas en la cama a desayunar mientras ves un capítulo repetido de una comedia ligera. Comes rápido, dejas los trastos en la cocina, te cepillas los dientes.

Coges el teléfono. Dejas la llamada para más tarde. Tratas de encauzar el remolino mental de las obligaciones del día. Prendes el computador y empiezas a trabajar.


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