El sueño de los sin jeta


Qué vamos a saber lo que es la gloria atados a los escritorios, golpeando teclados, arrumando papeles,  sirviendo a tiranos a escala, alimentando la inercia para juntar semanas cotizadas, inmersos en nuestra oda diaria a la inutilidad y la intrascendencia sin talento alguno que permita salir de una vida extendida en la escala de grises.

Qué vamos a saber lo que es la gracia mientras se nos va de los ojos el brillo, mientras animamos el sinsentido y nos refugiamos en la moralina y tememos el castigo. Qué vamos a saber lo que es crear algo grandioso, hacer felices a millones con la belleza nacida de nuestra pericia y nuestro ingenio.

Qué vamos a saber lo que es ser Maradona. Crear arte y magia casi todos los días. Ser los mejores en lo que hacemos. Llenar de ilusión a millones de personas. Qué vamos a saber lo que es ser una de las escasas fuentes de alegría en la vida de los pobres, la revancha de los humillados.

"Dentro de algunos jugadores juega un gentío. Algunos jugadores contienen inmensas multitudes, cuya dicha o desdicha depende de sus piernas. Y cuando los discriminados, los despreciados, los condenados al fracaso eterno se reconocen en el éxito de un héroe solitario, en sus triunfos late, de alguna manera, la esperanza colectiva. Aunque él no lo quiera, aunque él no lo sepa, sus hazañas cobran valor simbólico y en ellas resplandece, como si estuviera invicta, la pisoteada dignidad de muchos". Eso escribía Eduardo Galeano.

En los ídolos vemos los sueños esquivos, el color que nos falta. Aún más si esos ídolos, como suele ser el caso de los futbolistas latinoamericanos, salieron del barro de las periferias, de los sitios olvidados por todo el mundo menos por la miseria. Su ascenso al Olimpo se convierte en bálsamo, júbilo, aspiración, sobre todo para quienes siguen abajo, afuera. Para quienes, como dijo Marcelo Bielsa, más necesitan creer en la posibilidad de la victoria.

Ha muerto Maradona, el artista, el héroe popular. Resuena en Argentina, en Nápoles, en medio planeta, el desconsuelo de tanta gente que encontró belleza, felicidad y dignidad en su fútbol. Los napolitanos excluidos, vejados y discriminados por la Italia del norte, la Italia rica que en Turín, Milán, Bérgamo, ponía letreros de "Terroni", "¡Bienvenidos a Italia!" cuando el Napoli iba a jugar allí, ese Napoli que les plantó cara guiado por Maradona y los venció. Los argentinos golpeados y desmoralizados por la dictadura y su infame guerra en las Malvinas, y su revancha en esa tarde mexicana donde Maradona robó con la mano de Dios, pero luego creó una obra de arte hecha de genialidad e ingleses atónitos, ingleses incapaces de pararlo, de interrumpir su entrada en la eternidad de los genios, de los únicos.

Si el fútbol sirve para recuperar la infancia, la muerte de los ídolos futbolísticos es la muerte de una parte de esa niñez, del niño que soñó con ser futbolista sin tener lo necesario.

Cuando pienso en Diego Armando Maradona pienso en el desprecio que despertaba en casi toda la gente a mi alrededor, desprecio que llegué a sentir cuando afirmó aquello de Argentina arriba, Colombia abajo. Una verdad de a puño que de todas formas ofendió al país, que se sintió vengado unos días después con la imagen de Maradona aplaudiendo en el Monumental a la selección Colombia del 5-0, esa victoria que a la larga nos derrotó.

Pero pienso también en mis primeros guayos, comprados en una tienda de zapatos del centro comercial Metrópolis. Fueron unos guayos Puma iguales a los que tenía Maradona en una imagen colgada en la pared de la tienda. Pienso en mi mamá rebuscando en la caja del restaurante que tenía hace años y dándome lo que podía porque yo iba para la feria del libro y quería comprarme Yo soy el Diego. En las cajas de cereal con la historia de los mundiales al respaldo, específicamente en la que recorté porque era la del año de mi nacimiento: México 86. En la historia que me contó mi abuelo de cuando a Maradona le tiraron una naranja y él empezó a hacer veintuna con ella. En el colegio, cuando nos estaban enseñando a hacer "páginas web" con hipervínculos de Word: todos debíamos hacer una página y la mía fue sobre Maradona, proyecto que me dejó en la memoria abundante información sobre su vida y obra, y una foto del Diego que imprimí gracias a la generosidad del esposo de mi tía y los cartuchos de su impresora a color, foto que duró varios años pegada en la pared de mi cuarto. Pienso en la elección entre él y Pelé para decidir quién era el mejor de la historia. En el FIFA 2000 para PlayStation y la posibilidad de elegir equipos clásicos, el Napoli 86-89 y su fórmula MaGiCa (Maradona, Giordano, Careca). En el casete de VHS donde grabé su partido de despedida en la Bombonera.

Pienso en Sacheri (a mí también me van a tener que disculpar), en Fontanarrosa, en Villoro, en Casciari: con sus letras ayudaron a darle forma a mi entusiasmo por Maradona, a entender mejor mi asombro, mi afecto, mi afición. Pienso en las canciones de Rodrigo, de Los Piojos, de Los Cafres, de Ratones Paranoicos, de La Fundamental. En la biografía escrita por Jimmy Burns que me regalaron. En el documental de Kusturica. No he podido ver el de Kapadia.

Pienso en las proezas, la destreza, el encantamiento, la maravilla, la trascendencia que pueden darse dentro de una cancha y que todavía no han podido robarse los encorbatados que secuestraron el fútbol.

Es difícil dimensionar todo lo que generó Maradona. Hasta a un cuento Gao Xingjian fue a dar. El futbolista capaz de hacer cosas con la calidad del milagro. Esa figura de calibre napoleónico que lideraba y arengaba y llevaba a sus compañeros a la victoria, con esa habilidad propia de los grandes líderes para mejorar a los suyos. También lideró y desafió y peleó por ellos fuera de la cancha, golpeando siempre hacia arriba. Puteando. Golpear hacia arriba también lo convirtió en un símbolo para la gente de Fiorito y de tantos lugares iguales, un ídolo para los oprimidos de siempre. Lo llamaron D10S. Le montaron una iglesia. Lo adora gente que ni siquiera había nacido cuando caminó por la Tierra.

Al parecer no hemos dejado de necesitar héroes, ídolos. Atrapados en nuestra medianía, nos acogemos al fulgor que desprenden quienes lograron elevarse, los talentosos, los hábiles, los bendecidos. Los adoramos en silencio o ruidosamente, los envidiamos, alimentamos con sus gestas nuestras fantasías, nuestros breves y furtivos escapes de la realidad, las evasiones diurnas.

¿Quién volverá a ser y a representar todo lo que fue y representó Maradona?

Están, por supuesto, sus sombras. Curioso: creamos dioses pero nos ofendemos cuando se parecen a nosotros. Les criticamos nuestros errores y vicios. Los defenestramos por ser espejos. Nos escondemos detrás de la hipocresía, tememos reconocer que, si fuéramos Maradona, quizás habríamos vivido como él.



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