Proyecto de vida

El martes me afectó un tuit

No era malintencionado, no era ofensivo: preguntaba si uno tenía proyectos de vida. Pero se me quedó adentro y empezó a ocupar espacio en la duermevela de las madrugadas intranquilas que ahora son mi norma. Y lo hizo porque me puso a pensar si tengo proyectos de vida; si debo tenerlos. Si trabajar mucho y ahorrar lo más posible y esperar el viernes con su ínfima tregua es un proyecto de vida. Si ese proyecto incluye resignarse al vacío desapacible de los domingos en la tarde al pensar en todos los lunes que hacen falta, al hastío por la medianía necesaria para continuar en el camino al «éxito», a comer callado y con la cabeza baja, a no crear nada capaz de durar.

No sé si atravesar los días por puro deber e inercia, esperando que pase algo, es un proyecto de vida. No sé si lo sea la disyuntiva entre el deber ser y las ganas de salir corriendo, o cumplir labores anodinas mientras afuera el mundo arde y se asfixia.

No sé si tengo un proyecto de vida.




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