Nostalgia

En un capítulo de Mad Men (quizás la mejor serie de televisión de la historia), para vender el Carrusel, un proyector de diapositivas, Don Draper habla de la nostalgia, una idea delicada pero potente, una palabra que en griego, dice, significa el dolor de una vieja herida, una punzada en el corazón mucho más poderosa que la sola memoria.

Juego de memoria, la novela de Humberto Ballesteros Capasso, me puso a pensar en la nostalgia, en los recuerdos. En esa nostalgia que arde por dentro, en los recuerdos que nunca dejan de doler. En los poderes de la ficción para entender mejor la realidad. En la memoria histórica, ese entramado de memorias personales y parciales que, sin embargo, suele ser la última defensa contra el discurso con el cual los lobos lograron convencer a las ovejas que ellas son su propio enemigo, que no necesitan el debido proceso y las matan por su propio bien. Los lobos que no terminan en el fondo del río con la panza llena de piedras, sino en los tronos y las portadas y los reflectores del prestigio. Pero ese es un tema para otra ocasión.

Ante la escena del aquelarre en la universidad, o el momento en que la liebre y la tortuga se ven por última vez a sabiendas de que la grieta entre las dos ya es insalvable, sentí el aguijón de mis propias nostalgias. De ese tiempo en que también era triste pero el futuro parecía un premio lleno de posibilidades, en la embriaguez que tiene el poder de dar plenitud y alegría, dando sentido al instante y por ahí derecho al mundo, porque nubla temporalmente la lucidez del abismo y trae las risas y la ilusión de una alegría capaz de perdurar. El tiempo antes de la resignación y la trivialidad y la disposición perruna a hacer tratos con el Diablo.

A mi abuelo le gustaba mucho una canción de nombre Nostalgia; tanto, que a veces lo apodaban Nostalgia y le pedían que la cantara. La letra es de Enrique Cadícamo y la han cantado numerosos intérpretes. Habla de un  corazón roto que necesita emborracharse para calmar el dolor. Del amor perdido, de los recuerdos de aquello irremediablemente perdido. Me vino a la mente mientras leía la novela porque parecía una buena banda sonora para la historia (así como Palabras de amor de Soledad Bravo, que Ballesteros usa tan bellamente en el libro); porque ahora la entiendo mejor; porque me gustaría poder cantarla como lo hacía mi abuelo. Pero la escucho y bebo, como hacía también mi abuelo. La sangre es más espesa que el agua, sobre todo con alcohol en el torrente sanguíneo.

Me pregunto, como la narradora del libro, si vale la pena recordar tanto. Me digo, como la doctora, que recordar es una trampa y es inevitable caer en ella. Cierro el libro y me quedo con mis nostalgias, con las lágrimas suspendidas, con las viejas heridas y las punzadas en el corazón.


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