Paredes de oro
Una pared de oro. Lo cuenta C.W. Ceram en Dioses, tumbas y sabios y lo recuerdo aunque lo leí hace casi dieciocho años en el primer semestre de la universidad: Howard Carter se topó con una pared de oro cuando encontró la tumba de Tutankamón.
El recuerdo me asaltó cuando veía La excavación en Netflix, convocado por Basil Brown, el excavador interpretado por Ralph Fiennes y que fue crucial para el hallazgo de Sutton Hoo, en Inglaterra. Un recuerdo hecho de viejos entusiasmos, de caminos no tomados y anhelos insistentes, que junto a la historia de la película me conmovieron y me hicieron pensar, una vez más, en el esfuerzo sostenido por desentrañar el laberinto de la humanidad, extendiéndose por siglos hasta nuestros días, pariendo el hoy y el porvenir.
Pensé en todas esas vidas y muertes y violencias y tradiciones y cultos y triunfos que reposan en los museos, sitios que son legado de despojos, sí, pero también de nuestra profunda aspiración de comprender, de hablar con los muertos, de entender el pasado, es decir, el presente.
Recordé a exploradores y arqueólogos como el propio Carter o Heinrich Schliemann, ese personaje casi inverosímil capaz de aprender idiomas con rapidez inusitada, que luego de una vida de trabajo y negocios pudo dedicar su energía a la afición de desenterrar la historia y en su impulso encontró la ciudad de Troya.
Quise ser alguien capaz de aportar a ese proceso. Quise ser Basil Brown y encontrar los tesoros del pasado y ver hacia las estrellas y poder sentirme orgulloso de mi trabajo, de dejarle a la posteridad mejores herramientas para la sabiduría.
Si a la vera de un abismo como la Segunda Guerra Mundial era importante desenterrar un barco anglosajón, eso quiere decir que la historia no es una fuente de lucimiento para las reuniones sociales, no es un divertimento estéril destinado a anquilosarse como cultura general. Así la quieren los dueños del mundo, como una ristra de datos inertes para decorar sus discursos y fingir inteligencia, o manipulada para engañar y distraer, para ser usada como arma. Pero es más, mucho más. Es una necesidad profunda, es una herramienta, es el relato cada vez más detallado de lo que fuimos y somos, la base de lo que seremos. Es el recordatorio de que tenemos el poder para cambiar la realidad y forjar el destino. Es la posibilidad de encontrar paredes de oro.
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