Las pesas, el algoritmo y el triunfo de la derecha motivada

Hace casi un año comencé a ir al gimnasio. Además de las mejoras en mi bienestar y estado físico y mental, debo agradecer que no he empezado a decirle 'gains' al progreso en el aumento de masa muscular, ni digo que estoy en un "proceso fit", ni me tomo dieciséis fotos por sesión para subirlas a Instagram diciendo "nos cumplimos".

Fiel a mi ñoñez intrínseca, también empecé a leer y a ver videos sobre ejercicio, levantamiento de pesas, culturismo. Mi página de inicio en YouTube se transformó: el algoritmo hizo lo suyo, sugiriéndome videos de los mismos temas, que pronto derivaron hacia contenidos motivacionales y, de forma alarmante, hacia videos con títulos como Reject Modernity, Embrace Masculinity, una deriva incel que no vi venir y me hizo pensar en lo fácil que puede caer un adolescente en el remolino de misoginia promovida por ese tipo de material.

Pero en medio de ese nuevo mundo que me mostraba el algoritmo, me llamó la atención lo entregados que están los opinadores de derecha al discurso de la autoayuda y la motivación. Y entendí por qué están ganando.

Porque mientras estos tipos están diciéndole a la gente que deje el alcohol, se alimente bien y haga ejercicio, que asuma la responsabilidad de su propia vida, se fortalezca tanto física como mentalmente, y se vuelva disciplinada para no estar a merced de sus cambios de ánimo, varias de las voces visibles en el discurso progresista o de izquierda o como le queramos decir están pensando que ver una película puede descarrilarles la vida y que almorzar solo es una tragedia, están "manifestando" e "intencionando" la casa o el trabajo que quieren tener, están empeñadas en corregir el pasado y los libros, como si el olvido de la historia, o su tergiversación, no fuera un arma predilecta del autoritarismo, están repitiendo con fe ingenua en forma de hashtag que "la igualdad es imparable" y "no pasarán" (cojan un librito de historia: sí pasaron), como si la superioridad moral del discurso bastara para hacerlo realidad.

No quiero decir con esto que tipos como Joe Rogan, con sus desvaríos antivacunas y su convencimiento de que ver tres páginas web dudosas es "investigación", tengan razón. Es una tragedia que un hombre considere que Andrew Tate le salvó la vida, porque gracias a él dejó de pasar el día deprimido jugando videojuegos y se volvió más disciplinado para no desperdiciar su vida. También lo es que haya quien le cree a Jordan Peterson, un tipo que se siente amenazado por un aviso en el baño. El triunfo de ese discurso motivacional sin duda tiene que ver con que es funcional al statu quo, a la sociedad del rendimiento y la competencia, al capitalismo más salvaje, al culto del éxito y al imperativo de la felicidad. Sabe vender el espejismo de que actuamos en el vacío, que el contexto no importa, solo importa el esfuerzo personal. No hay causas estructurales para la pobreza, el desempleo, la desigualdad, el hambre, el machismo. Solo está el individuo que si quiere, puede, y si en el camino debe dejar cadáveres tirados, pues debe hacerlo, porque los débiles merecen perder y morir.

Pero algo están haciendo bien para llegarle a tanta gente. A alguna necesidad están respondiendo, una necesidad que el pensamiento progresista no está viendo. Están ganando. Los fachos y los nazis están ganando. Y por ahora solo les estamos respondiendo con babas.

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