La alegría que me das

Cuando uno es una persona triste aprende a aprovechar cualquier razón para la alegría, por inesperada o fugaz que sea. Eso ha sido la selección Colombia en esta Copa América.

Yo no estaba ilusionado. Las eliminatorias a Catar 2022 me habían dejado el corazón amargo por ver a un grupo de jugadores que prefirieron sacar un director técnico que jugar una copa del mundo. Solo las selecciones femeninas me habían vuelto a ilusionar, a generar admiración, al verlas tan aguerridas, tan llenas de gozo y entusiasmo, tan dispuestas a la épica. En comparación, la selección masculina, con todo y su largo invicto, parecía tan emocionante como una colonoscopia.

Pero aquí estoy de nuevo, tensionado e ilusionado, aterrado y feliz, esperanzado. Amando a James David Rodríguez Rubio como en 2014, llorando con él y con Lucho Díaz y hasta con el comercial de Interrapidísimo. Gritándole al televisor con las pulsaciones disparadas, usando la misma camiseta sin lavar porque empatamos en el único partido que no la usé, creyendo en las coincidencias con el 2001 e incluso en el hecho fortuito de que James acaba de cumplir 33 años. Usando con propiedad el plural como si estuviera a punto de entrar a la cancha a jugar.

Aquí estoy maravillado con un conjunto de jugadores aguerridos, llenos de gozo y entusiasmo, dispuestos a la épica. Un equipo de jugadores que saben bailar y no temen llorar. Un grupo de amigos que se admiran los unos a los otros y quieren ganar.

Sí, hay cosas en la vida más importantes que el fútbol, más en una sociedad como la colombiana que siempre parece crispada y a unos centímetros del barranco. Pero creo que no tengo tiempo ahora para la pose intelectual a menudo dispuesta a despreciar lo popular, para el clasismo disfrazado de sensatez, para la negación de la felicidad.

Quiero creer. Quiero ser ridículo e irracional. Quiero celebrar y sonreír y abrazar a una selección que nos ayuda a sostener la pequeña ilusión de que es posible triunfar.



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