Gregarios
No existe el self-made man. Nadie, nunca, ningún hombre ni mujer se ha hecho absolutamente solo a sí mismo. Todos hemos recibido ayuda, de una forma o de otra, grande o pequeña, en algún momento de nuestras vidas.
Todos hemos tenido gregarios.
En el ciclismo, los gregarios son esos corredores que hacen todos los esfuerzos y los sacrificios por su líder de equipo. Lo cubren, lo protegen, lo ayudan, lo lanzan. Sin gregarios nadie podría ganar un Tour de Francia, un Giro de Italia o una Vuelta a España. Y esos campeones no habrían llegado a serlo si mucho antes de esas carreteras y esas montañas donde se forja la gloria y se escribe la épica, donde se escapa a la pobreza y el olvido, no hubieran recibido la ayuda de alguien, de familiares, amigos, modestos patrocinadores inesperados, entrenadores, personas con grandes corazones dispuestas a ayudar a unos niños que a menudo han visto el peor lado de la existencia, pero sueñan con algo más.
Así, aunque el credo de nuestros tiempos nos diga lo contrario; aunque la autoayuda, ese brazo ideológico del capitalismo más odioso y opresor, afirme el individualismo y el egoísmo como el único camino posible; aunque los dueños del mundo nos insistan en que pisotear a otros es la única forma de subir, que para ser triunfadores, como cantaba John Lennon, debemos aprender a sonreír mientras matamos, lo cierto es que sin los demás no podemos avanzar.
Cierto es que se necesita disciplina y trabajo y constancia (y suerte, un montón de suerte) para lograr ciertos objetivos personales. Pero nadie puede solo. Nos despeñamos sin el amor, el afecto, la compasión de otros que nos sostienen cuando vamos a caer y nos impulsan cuando queremos parar. Cada quien debe pedalear por sí mismo, pero hay gente pedaleando junto a uno.
Eso nos deja un responsabilidad: ser gregarios de los demás. No existe el self-made man.
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