Voces de una misma penuria
¿Para qué sirve hoy un líder religioso? En esta época cínica y descreída, pero también supersticiosa y crédula; donde los nietos se burlan de la fe de sus abuelas mientras acarician cristales para la buena suerte, toman decisiones basados en los signos zodiacales y 'manifiestan' lo que desean tener o lograr.
Con Francisco fue la primera vez que experimenté una sensación de ambigüedad frente a un papa. A los demás los detesté sin titubeos, incluyendo al tan popular como horroroso Juan Pablo II. Pero con el Papacho a veces dudaba.
Un papa es, al fin y al cabo, un soberano medieval, un monarca absoluto al frente de una institución milenaria con un presente opaco y un pasado aterrador. Sin embargo, algunos rasgos de Francisco me hacían pensar que podía ser distinto: su preocupación por los migrantes y los pobres, su insistencia en la necesidad de la justicia social, sus críticas al modelo económico imperante, su oposición al genocidio perpetrado por Israel en Palestina, su austeridad, su sentido del humor (gracias a una de sus entrevistas conocí la Oración por el buen humor de santo Tomás Moro), su afición por el fútbol y por la literatura.
No obstante, ahí seguía la impresentable y gigantesca corrupción de la Iglesia Católica, con sus cardenales millonarios y decadentes y los abusos a niños en todo el planeta (males que, al parecer, Francisco estaba intentando combatir en sus esfuerzos de reforma de la Iglesia). Estaba, también, la posición del papa frente a temas como el aborto, al que increíblemente comparaba con el hecho de contratar a un sicario para matar a alguien, o su resistencia al feminismo y los sofismas para escudarse en el derecho canónico a la hora de impedir que las mujeres puedan ser curas.
Ahora Francisco se murió y solo quedan símbolos y palabras. Por eso se pregunta uno para qué sirve un líder religioso: a pesar de ser un rey, no es mucho lo que puede hacer un papa, sus acciones tienen poco efecto en la realidad. Quizás su única función pueda ser inspirar por medio de esos símbolos y de esas palabras.
Al final, no importa si hay curas, papas, patriarcas, imanes, ulemas, gurús, maestros o pastores. Porque en el mundo hay gente que está haciendo lo que deberían estar haciendo estos líderes, y lo está haciendo desde un lugar infinitamente más débil y desamparado.
Hay gente que está siendo generosa desde la escasez y alimenta a otros aunque ella misma es pobre, multiplicando de verdad los panes y los peces en ollas y comedores comunitarios con fondos paupérrimos. Por ejemplo, la visita de Francisco a Cartagena en 2017 permitió conocer la historia y la labor de Lorenza Pérez, que da de comer a niños pobres en el barrio San Francisco, un sitio con todos los problemas de violencia y crimen que suelen venir aparejados a la pobreza y el olvido. Incluso, Lorenza ayudó a curar una herida en la cara del papa, debida a un golpe sufrido momentos antes en su recorrido en el papamóvil.
Hay gente en el mundo que agarra un barco y se va a salvar a los inmigrantes que se ahogan en el mar, o que ayuda a integrarlos en los barrios periféricos de las ciudades donde logran llegar, les enseña el idioma y les ayuda a conseguir trabajo.
Hay abogados dispuestos a defender a los débiles de un sistema construido sobre el principio legal de que la ley es para los de ruana. Hay médicos salvando las vidas de quienes no pueden pagar un seguro de salud. Hay profesores que a pesar de estar mal pagados y de ser maltratados, siguen yendo a los barrios y a las veredas más abandonados a educar a los niños, a tratar de darles aunque sea una oportunidad de dejar la pobreza atrás.
Contra todo pronóstico, contra toda enseñanza de una sociedad egoísta donde la fe es un amuleto para el éxito, sigue habiendo gente más interesada en la compasión, en la muy poco rentable actividad de recordar que somos voces de una misma penuria.
Nuestros pensamientos, oraciones y, sobre todo, acciones deberían estar más encaminadas hacia esta gente y a quienes ellos ayudan. No mirar tanto hacia arriba esperando a líderes enfangados en el boato de las jerarquías, sino hacia los lados y hacia abajo, los únicos lugares donde vamos a encontrar algún tipo de salvación: en el pan compartido y la palabra benévola, en la risa y la comunidad, en el esfuerzo individual que alimenta el empeño colectivo, en el inmenso poder que tiene hasta el más pequeño de los actos de bondad.
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Ilustración de Shókar |
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