Cortar la leña, acarrear el agua

Ahora hago las cosas con más atención. Aprendo a cocinar muy atento para que al pelar una fruta o picar una verdura no me vaya a cortar: no es el momento más propicio para terminar en una sala de urgencias por una cortada profunda debida a mi torpeza. Trato con gentileza la lavadora, la estufa, la nevera. Limpio con cuidado el computador con el que trabajo, lavo y guardo la loza con meticulosidad. La cuarentena ha sido una confrontación con mi propia inutilidad y con un miedo casi pánico a que algún aparato se dañe, un tubo se rompa, un enchufe falle. En días normales sería fácil llamar al señor para que lo arregle, pero ahora no sería tan sencillo. 

Es la tragedia cotidiana de la pérdida de saberes. Mi abuelo, buen lector que hizo hasta tercero de primaria pero sabía más historia de Colombia que yo, era muy bueno con las manos, capaz de hacer, de construir, de reparar. Mi abuela, brillante y recursiva, entre otras muchas cosas le dio nueva vida a un cucharón con el mango de un paraguas y me hizo una gradina para arcilla con un gancho de ropa y cinta de enmascarar. Mi mamá puede hacer desde una carpeta en croché hasta una ruana en macramé. Mi papá puede arreglar un balín y pone las mejores repisas del país. Mi hermana me hacía mapas hermosos en el colegio y domina un taladro con una maestría solo superada por mi desconcierto ante ese aparato.

Envidio esas habilidades. No puedo compartir el desprecio, heredado de los españoles, por el trabajo manual, menos en estos días donde es aún más necesario, donde puede ayudar a domesticar la angustia. Estar encerrados en nuestras casas no es tan grave como quedarnos encerrados en nuestras cabezas, acompañados por el desasosiego, por el espejismo del porvenir. Las labores manuales cotidianas son un ancla, nos hacen más conscientes de lo que somos y de lo que necesitamos. En esa cotidianidad, en esa concentración en cada tarea (mayor en mi caso por ser tan bruto), bien puede estar la forma de trascendencia expresada por el zen: "¿Qué es la iluminación? Cortar la leña, acarrear el agua".

Antonio Muñoz Molina abordó el tema mejor de lo que yo podría hacerlo: necesitamos esas labores concretas no para evadirnos de lo real, sino para habitarlo en toda su extensión; no para abandonar las labores del intelecto, sino para complementarlas y enriquecerlas. Para ensanchar la experiencia del mundo y no perder contacto con la tierra firme. Para recordar que "caminar, vivir pues, no se hace con verdades grandes que, si uno las mide, resulta que son bastante pequeñas".

Estamos atravesando largos días de trabajo, de turbación, de dudas espirituales y físicas, de soledad y extrañamiento, de emociones cambiantes, incluso contradictorias. Días de cuidado. Enclaustrados como monjes, bien podemos recordar que debemos atender las necesidades de la mente y del espíritu, pero también poner manos a la obra. Ora et labora. Y no dejar quemar la sopa.


Comentarios

  1. en alguna reunión en el departamento de Historia, creo que fue Gisella Kramer quien nos contó que en Alemania, para dar el título de historiador, se necesitaba adjuntar un certificado de que uno sabía algún oficio puntual (carpintería, plomería) además de la tesis. Una lástima que no nos hayamos copiado de la idea.

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