Biblioteca II


Para ser un ganapán que vive en arriendo tengo demasiados libros.

Hace poco más de un año los estaba empacando para trastearme y en un punto quise ser analfabeta. Diecisiete cajas de libros. Diecisiete cajas que pasaron el primer año de la peste casi intactas, recogiendo polvo. Libros esperando su biblioteca pacientemente.

Ahora por fin pude mandarla a hacer. Mi primera biblioteca propia. Ocupa una pared de la sala. Me tomó un día entero ordenarla. No cupieron todos los libros. El resto están aquí en el estudio, apilados en una mesa y en el suelo.

A veces me quedo viendo la biblioteca con una mezcla de alegría y angustia. ¿A qué hora voy a leer todo esto? Porque son muchos los libros leídos, pero son más los que faltan por leer, y aunque a menudo intento detenerme, sigo comprando más. Quizás sea una expresión de esa especie de esperanza de la que hablaba Canetti, de la necedad de luchar contra la muerte, de tener en las manos el transcurso de la vida porque uno posee libros sin leer y en cualquier momento puede escoger alguno para seguir adelante. Es el pensamiento, tal vez ingenuo, de que algún día habrá tiempo para leerlos.

Pero a qué hora, con todo el tiempo que uno pierde trabajando. Con qué animo, si al final del día uno tiene los ojos más dañados que el espíritu. De vez en cuando hay días libres, claro, pero ¿son suficientes?

Ni hablar de escribir. ¿Recuerdas cuando soñabas con hacer tu contribución a la biblioteca? Ahora tienes la imaginación apocada, las miras más cortas. El sueño languidece. No muere completamente, pero cada día está más sepultado bajo las obligaciones, el desaliento y la tristeza. Al parecer no se puede vivir como se quiere, sino como toca.

Mejor no pensar demasiado en eso. Mejor seguir contemplando la biblioteca, sacando un libro a la vez, aferrarse a las escasas horas disponibles para leer, esos momentos donde se desvanece el mundo, el presente se amplía y se enriquece, cede el embrutecimiento de la rutina y la vida parece tener un sentido.

Mejor escribir algo como esto y esperar que alguien lo lea. 

Quizá los sueños desleídos algún día recuperen su luz. A lo mejor la vida sigue para averiguar cuáles libros se quedarán sin leer y cuáles serán leídos. De pronto alguno le quiebra el espinazo a la cobardía e impulsa el salto de fe. 

Por lo pronto, la vista de la biblioteca me da un poco de serenidad. Los libros, mis libros, hacen lo posible por mantenerme a flote. Cada uno me recuerda que, como en el verso de Hölderlin, se puede marchar en busca de un tiempo mejor y un mundo más bello.

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